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TICKET ARDIENTE [+18]

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SINOPSIS
Hay cosas en el pasado de Jace Seymour que él no está dispuesto a
compartir con nadie. Para ocultar su culpa y su angustia, busca a la
dominatrix Ama V (Aggie) para calmar temporalmente su caos interno.
Aggie no tiene muchos usos para los hombres, además del subidón de poder que
obtiene cuando están rogando misericordia a sus pies, pero Jace no es como sus
clientes habituales. Su frío desafío e inesperado dominio en la habitación la distraen
y rápidamente le roba el corazón.
Cuando las circunstancias amenazan la posición de Jace en los Sinners, Aggie debe
ayudarlo a recuperar su puesto por derecho en la banda mientras le muestra que el
tiempo y el amor pueden curar todas las heridas.




Traducido por Simoriah
Corregido por Curitiba
los segundos de conocer a un hombre, Aggie podía destinarlo a una de
dos listas.



INDICE
Sinopsis
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Lista A: Hombres Que No Valen La Pena Mi Tiempo.
Lista B: Hombres A Los Que Me Gustaría Follar.
La Lista A crecía con cada hora que trabajaba en el club nocturno Paradise Found.
No podía recordar la última vez que un hombre había aterrizado en la Lista B.
Eso podría explicar por qué Aggie había dejado caer su látigo cuando él atrajo su
atención. Quienquiera que fuera. El potencial Lista B atravesó la habitación como si
fuera el dueño del lugar. Tenía la apariencia del estereotípico chico malo (cuero,
tatuajes y listo para pelear) la cual era contradicha por el rostro más dulce que ella
había visto jamás. Cuando se sentó en la mesa más cercana a su escenario, él se apoyó
contra el respaldo y cruzó las piernas por los tobillos, como si planeara quedarse por
un rato.
Interesante. Y completamente follable.
Sorbiendo su trago, Cara de Ángel la miró con un extraño brillo de desafío en sus
ojos oscuros. Algo en él la hizo pensar instantáneamente en cosas traviesas. Sólo la
mitad de ellos incluía causar dolor a su duro cuerpo. Oh, el tipo era apuesto, no había
forma de negarlo, pero ése no era su principal atractivo. Lo extraño era que ella no
sabía qué lo distinguía del resto de los otros clientes del club nocturno. Quizás
necesitaba una nueva lista sólo para él.
Lista Temporal C: Hombres Que No Puedo Etiquetar Instantáneamente. No tenía
dudas de que el único miembro de esta lista rápidamente aterrizaría en la Lista A. De
ninguna manera consideraría a un cliente como un potencial Lista B. Sin importar
cuán atractivo fuera.
Aggie recuperó su látigo del suelo del escenario (qué vergonzoso) y lo hizo resonar
junto a la mejilla de Apuesto. Él no se inmutó. Su cuerpo se tensó, pero no de miedo.
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Por el ligero jadeo que emitió y el aleteo de sus pestañas, ella pudo decir que la
amenaza lo excitaba.
A la mayoría de los hombres le gustaba observar la rutina de Aggie desde las
sombras y creer que podían tolerar su abuso. Intentando mostrar su dureza, elegían
a la dominatrix vestida de cuero para entretenerlos en Paradise Found, pero pocos se
sentaban lo suficientemente cerca para ser golpeados con el látigo. No que ella
realmente golpeara a alguien en el club. Si un hombre quería que ella lo castigara por
haber nacido con un cromosoma Y, tenía que pagar extra.
Aggie hizo retroceder el brazo y chasqueó el látigo una vez junto a la mejilla del
recién llegado. El cuero resonó a centímetros de su piel. Estuvo satisfecha cuando él
tampoco se inmutó esta vez. Oh Dios, sería divertido domarlo. Había pasado una
eternidad desde que ella había tenido un verdadero desafío en su calabozo.
Él la miró directamente a los ojos mientras ella se acercaba bailando. Él lucía
bastante joven, cerca de los veinticinco, quizás, pero tenía ojos más sabios de lo que
su edad indicaba. Ella apostaría que él había visto mucha tragedia en su vida. Muchos
de aquellos que la buscaban para liberarse lo hacían.
El joven le indicó que se acercara con un dedo. Sorprendida, ella le arqueó una ceja
y miró a Eli, el guardaespaldas que estaba de pie cerca del escenario. Se suponía que
ella no debía discutir negocios extras en el club. En lo que concernía a sus compañeros
de trabajo, la rutina de dominatrix de Aggie era completa ficción. Más tarde, cuando
ella bajaba para interactuar con los clientes de una forma más personal, deslizaba su
tarjeta a los potenciales esclavos, pero su actuación no había terminado aún.
Necesitaba concentrarse en bailar y no en soñar despierta en convertir en su perra a
un hombre extremadamente apuesto y de aspecto rudo.
Aggie enganchó la pierna alrededor del tubo plateado y giró alrededor de éste, su
largo cabello negro volando detrás de ella. Cuando su detuvo, encontró que el tipo
había abandonado su silla y estaba de pie contra el escenario a sus pies. Él sacó un
billete del bolsillo trasero y se lo ofreció con dos dedos. Hola, Billete de Cien. Mamá
necesita un nuevo par de botas.
Sosteniéndose del tubo con una mano, se inclinó hacia el cliente, ofreciendo a su
vista la parte superior de sus llenos pechos. La mirada de él se movió hacia su piel
desnuda, y se pasó la lengua por el labio superior. Usualmente, para ella, un tipo lucía
tan mundano como otro, pero absorbió cada centímetro de éste, desde sus pesadas
botas negras hasta su cabello platinado parado. Ojos oscuros. Cejas oscuras. Barba
oscura de algunos días. El indicio de un tatuaje se revelaba sobre el cuello de su
camiseta. Una banda de cuero con tachas le adornaba la muñeca derecha. Lucía duro
y rudo, pero dulce como la sacarina a la vez. Un ángel del infierno, con énfasis en el
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ángel. Se preguntó si su barba era un intento de cubrir ese innegablemente bonito
rostro suyo.
Él deslizó el billete entre los pechos de Aggie y dentro del corpiño de su bustier de
cuero negro. Cuando los dedos de él le rozaron la piel, los pezones de ella se
apretaron. Una reacción completamente inusual en ella. Típicamente, cuando los
clientes la tocaban, le causaban escalofríos. Éste había activado todos sus sistemas.
El pequeño aro de plata en el lóbulo de su oreja brilló en la luz estroboscópica. Aggie
se mordió la lengua, queriendo mordisquearle la oreja en su lugar. Sí tenía algo por
las orejas.
Um, respuesta equivocada, Aggie. Los clientes nunca eran juego limpio para la
acción en la cama.
—¿Haces bailes privados? —preguntó él, los ojos marrón chocolate fijos en los
suyos. Su voz era más profunda de lo que ella había esperado y tan baja, que no lo
hubiera oído sobre la fuerte música del club si no hubiera estado inclinada tan cerca
de él.
—¿Te refieres a un lap dance 1 ?
—Si eso es lo que haces. ¿Cuánto?
—Cincuenta.
Él le entregó otro billete de cien. Al tipo le debía haber ido bien en el casino. No
lucía adinerado. Vestía una simple camiseta blanca, una chaqueta gastada de cuero
negro y apretados jeans, los cuales se aferraban al enorme bulto en sus pantalones.
Bueno, hola, grandote. Estaba feliz de no ser la única que pensaba que su próximo
baile debía ser el mambo horizontal.
Aggie, cálmate, mujer. Es un cliente. No puede ser. Oh, pero quería. Hacerlo. Con. Él.
La mirada de él bajó al suelo, y se sonrojó.
—¿Ofreces otros servicios?
Wow, amigo. Frenos activados.
—No soy una prostituta, si eso es lo que estás preguntando.
Él sacudió la cabeza.
—No me refería a eso. Quiero que me lastimes. —Inhaló profunda y
temblorosamente en su pecho que se expandía—. Duro.
1 Lap dance: baile erótico realizado en el regazo de un hombre.
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Oh, sí. Puedo hacerlo, cariño.
Aggie echó un vistazo al guardaespaldas una vez más para asegurarse de que no
estuviera observando su transacción. La atención de Eli estaba en el escenario más
alejado, donde la bailarina más nueva de Paradise Found, Jessica, alias Feather,
bailaba en sus plumas blancas y bufanda de seda. Los hombres estaban fascinados
con ella. Aunque Jessica tenía un cuerpo fantástico y sabía cómo moverlo,
simplemente no tenía la actitud mental para ser una bailarina exótica. Ninguno de los
hombres babeantes que rodeaban el escenario de Feather con ojos ligeramente
agrandados y cremalleras excesivamente abultadas estaría de acuerdo con la opinión
de Aggie. Todos lo que ellos veían era el hermoso paquete externo; no el corazón
severamente roto por dentro. Sin embargo, Aggie sí lo veía. Lo había reconocido
desde el instante en que había conocido a Jessica y le había ayudado a conseguir este
trabajo. Pobre cordero. Tan confundida y llena de conflictos.
Aggie devolvió su atención al tipo a sus pies. Ella no tenía la misma simpatía por
los hombres.
—Sí consiento por un precio —le dijo Aggie—. Pero sin sexo.
—No necesito sexo.
Ella asintió. Él no era nuevo en esto. Lo cual lo hacía mucho más divertido que sus
víctimas habituales. Tenía un par de clientes regulares que visitaban su calabozo, pero
la mayoría de sus clientes eran tipos que visitaban Vegas y que querían explorar su
lado más oscuro por una noche. Nunca volvía a ver a la mayoría, lo cual le parecía
perfectamente bien. Muchas dommes 2 preferían a los habituales, pero Aggie prefería
rechazar un buen dinero a encariñarse con alguno de sus sumisos.
El cuerpo de su interés actual tenía tensión en cada línea. Cuando la miró, el
profundo dolor emocional en su mirada hizo que su vientre temblara. Sí, rubio, eres
exactamente el desafío que necesito en este momento.
—Puedo hacerlo, ángel, pero no aquí. Te daré mi tarjeta más tarde, y puedes
llamarme. Si eres afortunado, te mostraré mi calabozo.
Él se estremeció, su respiración saliendo en un excitado jadeo.
Quizás ella debía llevarlo detrás de bambalinas y darle una probada de lo que tenía
para ofrecer. Él lucía listo para explotar con la tensión de contener su dolor.
Necesitaba la liberación que ella podía darle. Y ella necesitaba verlo arrastrarse hacia
sus botas para que pudiera rechazarlo por no ser digno de su tiempo. Cuanto más
pronto él se uniera a los hombres de la Lista A, mejor.
2 Dommes: dominatrix.
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Aggie se dejó caer de rodillas en el escenario para continuar bailando mientras le
hablaba.
—¿Cuándo lo necesitas?
—Tan pronto como sea posible.
—Creo tener algo disponible en unos pocos días.
—Esta noche. Tengo dinero. Dime tu precio.
¿Dime tu precio? Definitivamente hablaba en su idioma, pero hacerlo esperar haría
la mitad del trabajo por ella. Le pasó las uñas rojo sangre por el costado del cuello,
dejando ligeros arañazos detrás.
—Revisaré mi agenda y veré si puedo hacerte un lugar. Quizás mañana. O pasado
mañana.
Estaba ansiosa por dejar marcas en su carne y oírlo gritar de dolor. Quería el premio
mayor que él podía darle: que le rogara misericordia, que le rogara que se detuviera.
Ese dulce instante en que él le diera todo su poder y en que ella fuera su dueña. Eso
era lo que quería. Lo que necesitaba para mantenerse por encima de ese oscuro y
profundo abismo en el que una vez había residido. Pero era demasiado pronto para
darle lo que quería. Él obtendría mayor satisfacción si ella lo postergaba durante
algunos días. Si permitía que la anticipación se asentara en su cuerpo y sus
pensamientos hasta que no pudiera pensar en nada más excepto la deliciosa agonía
que ella prometía.
Una conmoción al otro lado de la habitación atrajo su atención. Eli, el
guardaespaldas de Aggie, se lanzó hacia el escenario de Feather. Un cliente grande y
apuesto había capturado a Jessica en sus brazos. Ella estaba envuelta en una
chaqueta de cuero con los brazos atrapados sin poder hacer nada. Varios
guardaespaldas estaban tratando de asegurar su liberación. Varios otros escoltaban
a un tipo alto y delgado fuera del club. Un tercero de pie junto al captor de Jessica
sacudía la cabeza con vergüenza. Los tres clientes tenían una apariencia similar. Como
si pertenecieran a una banda de rock o algo así. Ahora que lo pensaba, el chico
apuesto al final de su escenario tenía una apariencia similar. Un grupo que hacía
juego. Ella bajó la mirada para encontrar que su potencial buen momento había
desaparecido.
—¡Hijos de puta! —gritó su ángel rubio mientras se lanzaba sobre la espalda de
uno de los guardaespaldas.
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Cuando Jace vio que un guardaespaldas arrastraba al baterista de los Sinners, Eric,
hacia la salida, no pensó, sólo actuó. Todos los pensamientos de la hermosa
dominatrix de cabello negro y las gloriosas cosas que podía hacerle a su cuerpo
abandonaron su mente.
Jace atravesó el club corriendo, saltó una silla y aterrizó sobre la espalda del
guardaespaldas. Sabía que no era lo suficientemente grande para derribarlo, pero
Jace podía pelear. Si las cosas hubieran resultado diferentes, podría haberse
convertido en un boxeador profesional, en lugar de ser el bajista de una banda de
rock.
No le importaba una ocasional pelea, era bueno peleando y sabía cómo derribar a
un hombre con un puñetazo, pero Jace ni siquiera estaba seguro de por qué se
estaban peleando con un grupo de guardaespaldas en la despedida de soltero de
Brian. Se suponía que estaban celebrando, no agitando las cosas. Mejor que Eric
tuviera una buena razón para molestar lo suficiente a ocho guardaespaldas para que
golpearan todo lo que se movía. Cuando la pelea se mudó a la vereda fuera del club,
aumentó. Jace derribó a un par de tipos con un puñetazo, antes de hacer una pausa
para evaluar la situación.
Alto y delgado, Eric peleaba bien, pero estaba superado cuatro a uno. Rodeado
por los cuatro costados sin escapatoria, Eric inesperadamente señaló el cielo.
—¡Miren, los Elvis Voladores!
Los cuatro guardaespaldas miraron el cielo oscuro como pavos en una tormenta.
Cuando su atención se volvió hacia arriba, Eric golpeó a uno de los guardaespaldas a
la altura de la cintura, intentando escapar del círculo de músculo, pero tan pronto
como se dieron cuenta de que no había íconos cayendo en paracaídas para
entretenerlos, los cuatro golpearon a Eric en rápida sucesión.
Jace decidió emparejar las cosas. Dos ganchos al rostro y un par de docenas de
golpes rápidos después, otros dos guardaespaldas yacían en la vereda: uno
desmayado, el otro intentando levantarse, pero sin poder recuperar el equilibrio.
Eric se secó la sangre del ojo, su sorprendida mirada yendo de los escombros
humanos a sus pies a Jace.
—Jesús, hombrecito, eres un equipo de demolición de una sola persona.
Distraído por el cumplido de Eric, Jace encontró un inesperado puño en su
mandíbula. El dolor irradió por el lado de su rostro. Sus oídos resonaron. La visión se
borró. No le importaba el dolor, pero la sacudida a sus sentidos lo dejó
desbalanceado. Recibió otro golpe a la mandíbula antes de que pudiera concentrarse
lo suficiente para derribar a su adversario con un fuerte puñetazo debajo del mentón.
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Respirando con fuerza, Jace giró y vio a un tipo golpear al guitarrista rítmico de los
Sinners, Trey, en la parte trasera de la cabeza con un bate de aluminio. Trey ni siquiera
había estado en el club cuando estalló la pelea. ¿Por qué había sido atacado?
—Maldito marica —gruñó el guardaespaldas.
Trey cayó a la vereda, instantáneamente inconsciente. Eric fue detrás del imbécil
con el bate, arrancándole el arma de las manos y lanzándolo hacia la calle más allá de
la vereda.
—Nadie. —Eric le dio al tipo un puñetazo en el rostro—. Lo llama. —Lo golpeó una
vez más—. Un marica. —Y una vez más—. Nunca. —Eric continuó aporreando al tipo
hasta que éste dejó de levantarse.
Su guitarrista principal, Brian (¿cuándo demonios se había unido al combate?),
estaba en una pelea uno contra uno con el último guardaespaldas de pie. Ambos
avanzaban y retrocedían con golpes por la vereda. Brian recibió un duro puño en la
nariz, lo cual lo molestó lo suficiente para derribar al tipo con un par de rápidos
puñetazos.
Jace respiró hondo. Agradecido de que hubiera terminado. Ahora quizás podría
terminar su whiskey y concertar una cita con esa dominatrix tan ardiente como las
llamas azules. Sed, el vocalista de los Sinners, salió bruscamente del club.
Aparentemente, se había cansado de la stripper que había capturado del escenario y
estaba listo para pelear. Les podría haber venido bien antes. Sed era enorme. Un
fisicoculturista que habría sido un buen guardaespaldas si no hubiera recibido de los
cielos el don de la voz. Sed miró furioso alrededor, buscando a alguien a quien
golpear, pero todos los guardaespaldas ya habían sido derribados.
Desafortunadamente, lo mismo le había sucedido a Trey.
Sed cruzó la vereda en dos grandes pasos y se inclinó sobre Trey. Lo tomó por los
hombros, le levantó el torso del suelo y le dio un suave sacudón. Desmayado, la
cabeza de Trey colgó flojamente.
—¿Trey? ¡Trey! Trey, abre los ojos. —Sed echó un vistazo a Eric—. ¿Qué mierda le
sucedió?
—Ese imbécil lo golpeó en la parte de atrás de la cabeza con un bate de beisbol.
—Dicho imbécil gemía en el medio de la vereda. Eric había hecho un desastre con el
rostro del tipo.
—¿Qué mierda? —Sed depositó a Trey en la vereda, se puso de rodillas y puso la
oreja contra el pecho de Trey—. Su corazón todavía late. Respira.
—Bueno, duh. No creíste que estaba muerto, ¿verdad? Ni siquiera está sangrando.
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Brian hizo su camino de regreso por la vereda tambaleándose para unírseles. Se
masajeaba los nudillos de la mano derecha, sus cejas oscuras unidas en un ceño
fruncido con enojo.
—Maldición, Eric, ¿por qué tuviste que comenzar problemas?
—Fue culpa de Sed. Él fue el que sacó a Jessica del escenario.
La mirada de Jace giró hacia Sed con asombro. ¿Jessica? ¿La prometida de Sed que
lo había abandonado casi dos años atrás? Mundo pequeño. Jace no la había
reconocido sin la ropa.
—¿A quién le importa quién comenzó? Se terminó —dijo Sed—. Salgamos de aquí
antes de que aparezca la policía. Dudo que Myrna quiera sacar a Brian bajo fianza de
la prisión el día de su boda, y luego hay un concierto mañana. En cierta forma no
podemos perdérnoslo.
Probablemente deberían haber pensado en eso antes de arruinarse las manos, los
rostros y los cuerpos en un riña que parecía no tener sentido ahora que había
terminado. Mientras que tenía el récord de la Fiesta de Despedida de Soltero Más
Corta de la Historia, la última noche de Brian como hombre soltero definitivamente
había sido una para recordar.
Jace miró hacia la puerta del club y dejó salir un suspiro de frustración. No había
conseguido la tarjeta de la dominatrix que generaba erecciones, y necesitaba tanto
verla en privado. Pelear tendía a liberar algo de su tensión, por eso seguía practicando
boxeo de forma recreativa, aunque ahora tenía un mejor trabajo en una banda de
rock, pero meterse en una pelea en un bar no calmaba la confusión de su alma. No
como lo haría el recibir latigazos hasta el límite de su tolerancia por una mujer en
tacos altos y cuero.
Sed levantó a Trey de la vereda, se lo lanzó sobre el hombro y si dirigió hacia el
Thunderbird rosa del ’57 estacionado en el cordón. El sonido de sirenas se hacía cada
vez más fuerte.
—¡Jace, vámonos! —gritó Eric.
Después de una última mirada de anhelo a las puertas giratorias del club, Jace se
subió a su Harley, esperó a que Eric se acomodara detrás de él y luego siguió al auto
de regreso a su bus de gira detrás del Hotel Mandalay Bay. Seguramente alguien
reportaría sus vehículos. Hubo abundantes testigos de la pelea. Cada miembro de la
banda estaba probablemente jodido. Atrapado. En enormes problemas. Su manager,
Jerry, les había dicho que si alguno de ellos era arrestado de nuevo, no se molestaran
en llamarlo. Se negaba a sacarlos de la cárcel. También amenazó a su equipo con ser
despedidos inmediatamente si les daban ayuda. Jerry no hacía amenazas en vano.
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Cuando Jace se detuvo detrás del bus de gira, Trey salió a tropezones del auto de
Myrna y se apoyó contra el guardabarros. Al menos ahora estaba consciente. Jace
movió la motocicleta hasta que estuvo apoyada en su pie, apagó el motor y fue a ver
a Trey.
—¿Estás bien, amigo? —preguntó Jace.
Ninguno de sus compañeros de banda estaba lo que Jace consideraría bronceado,
pero Trey lucía directamente fantasmal.
—Sí. Sólo un poco mareado. —Trey se presionó las sienes con ambas manos—.
Mierda, me duele la cabeza.
Brian salió por la ventanilla del conductor.
—Vuelve a entrar al auto, Trey, y te llevaremos al hospital.
—A la mierda con eso. Sabes que odio los hospitales. ¿Por qué crees que nunca
seguí los pasos de mi padre?
—Porque eres demasiado tonto para ser un doctor —dijo Brian—. Ahora vuelve al
auto.
Sed sacó su cuerpo de un metro noventa y dos del pequeño auto.
—Escucha a Brian, Trey. Vuelve al auto. —Tomó a Trey de los hombros e intentó
obligarlo.
Trey se salió de su asidero.
—Eric está sangrando por todas partes y no amenazas con llevarlo al hospital.
Sed se encogió de hombros.
—Como sea. Sólo es Eric.
—Muchísimas putas gracias por tu preocupación, Sed —dijo Eric—. En serio. Lo
aprecio. —Del corte en un lado de su cabeza, la sangre seguía goteando por el rostro
de Eric y hacia su camiseta negra.
—¿Necesitas puntos? —preguntó Jace.
Eric frunció el ceño.
—¿Tú?
Jace sacudió la cabeza.
—No sangro por ninguna parte.
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—¿Y por qué es eso, hombrecito?
Jace se encogió de hombros, llevando la vista al suelo para evitar que Eric
reconociera que se las había arreglado para enojarlo. Simplemente no podía ganar
con Eric. Nunca. Y lo respetaba demasiado para derribarlo sobre su trasero. Jace
respiró hondo y la dejó salir lentamente mientras miraba el suelo. Aceptaba un
montón de mierda de Eric, pero si eso era lo que tenía que hacer para quedarse en la
banda, continuaría haciéndolo. Nada más en todo este maldito planeta significaba
más para él que estos cuatro brillantes músicos.
—Sed, dame tus gafas —dijo Brian, ahora parado en su pequeño montón de gente
y moviendo la mano hacia Sed.
—¿Para qué mierda necesitas gafas? Es casi medianoche.
—Sólo entrégalos.
Sed sacó las gafas del bolsillo de su chaqueta, se los entregó a Brian y luego respiró
hondo.
—De acuerdo, voy a entrar. Myrna va a matarme por permitir que a Brian le
patearan el culo la noche antes de su boda.
—No me patearon el trasero.
—Has lucido mejor, amigo mío. Confía en mí cuando te digo eso.
Sed subió los escalones del bus de gira, seguido de Eric.
—¿Estás seguro de que estás bien, Trey? —preguntó Jace.
—Sí. Sólo necesito un poco de hielo. —Trey se toqueteó la parte trasera de la
cabeza e hizo una mueca. Siguió a Eric por los escalones, inclinándose sólo
ligeramente hacia la izquierda.
—Tú sigues —insistió Brian a Jace.
Jace le sonrió.
—¿Le temes a Myrna?
—Demonios, sí, le temo a Myrna. Odio discutir con ella. Siempre gana. Y tiene
todas las razones para estar furiosa conmigo. ¿Quién quiere pararse en el altar con un
tipo que tiene dos ojos negros?
La sonrisa de Jace se ensanchó, y la tibieza de la vergüenza se extendió por su
rostro.
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—Myrna quiere hacerlo. Te ama.
Brian respiró hondo.
—Espero que tengas razón. Dios, no puede ponerle ese anillo en el dedo lo
suficientemente rápido. De acuerdo, Jace, ve. Sed probablemente ya le haya contado
las noticias. Necesito múltiples obstáculos en su camino, y no creo que realmente te
golpee. Ella cree que tú eres el dulce. —Brian casi se ahogó con su risa.
Jace nunca le había dado a Myrna motivos para pensar lo contrario.
—Todo estará bien. Sólo arrástrate.
—¿Arrastrarme? —Brian lució pensativo por un momento, y luego asintió—.
Puedo hacerlo.
Jace subió los escalones para encontrar a Myrna, todavía llevando su traje de
negocios y luciendo toda mojigata, cuando decididamente no era mojigata bajo
ningún concepto, ocupándose del corte cerca de la sien de Eric. Eric consumía cada
minuto de su preocupación. Tenía una pequeña, mejor dicho una gran infatuación con
la mujer de Brian, así que cualquier atención que ella le diera lo volvía tonto. Trey
estaba buscando hielo en el freezer. Sed estaba de pie junto a la mesa luciendo como
si hubiera robado un banco.
Ni siquiera le tomó a Myrna dos minutos poner a Brian en su lugar. Estaba lo
suficiente consciente de la falta de privacidad como para llevar su discusión a la
habitación en la parte trasera del bus, pero incluso con la puerta cerrada, Jace pudo
oír a Brian arrastrándose pidiendo perdón. Estaba haciendo un trabajo genial según
la estimación de Jace, aunque Myrna todavía no sonaba demasiado dispuesta a
perdonar a su prometido por los ojos negros a juego.
Jace se frotó los nudillos hinchados, preguntándose cómo iba a tocar la noche
siguiente. No podía permitirse meterse en más peleas. Si se lastimaba las manos, los
Sinners sin duda se desharían de él. No quería darles una razón para despedirlo de la
banda. No después de que había trabajado tan duro para ser parte de ésta.
Sed sacó una botella de aspirinas del baño y sonrió mientras se las entregaba a
Trey. Asintió hacia la delgada puerta de la habitación.
—Supongo que se reconciliaron.
Ya no había sonidos de Brian arrastrándose. Sólo los inequívocos gritos de éxtasis
de Myrna, producidos regularmente.
Trey rio.
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—¿Quién puede permanecer enojado con Brian? —Tragó varias pastillas y le pasó
la botella a Eric.
—Me alegra que se hayan reconciliado —dijo Eric, sosteniendo un trapo de cocina
manchado de sangre contra su sien—. Me habría sentido terrible si ella hubiera
cancelado la boda.
—Deberías sentirte terrible —dijo Jace, mirando el suelo, porque sabía que su
mirada tendría un desafío. A través de todas las lecciones que su padre había
intentado enseñarle, mantener el desafío fuera de su mirada nunca había tenido
efecto—. Tú empezaste todo.
—Bueno, no te pedí ayuda, hombrecito, ¿verdad? —dijo Eric.
No, no lo había hecho. Jace debería haberse quedado fuera de todo y permitir que
los guardaespaldas reacomodaran el rostro de Eric.
Jace frunció los labios y asintió ligeramente. Salió del bus sin una palabra, sin estar
de humor para otra confrontación. No con Eric. El hombre que no tenía idea del
impacto positivo que había tenido en la vida de Jace. Si no pensara en Eric en algo así
como su héroe, lo hubiera golpeado en el rostro años atrás.
Jace se subió a su Harley, se puso el casco y arrancó la motocicleta. El motor rugió
al tomar vida debajo de él. La libertad que el sonido representaba inmediatamente le
dio tranquilidad. Se alejó, sin realmente saber hacia dónde iba, pero sus
pensamientos se había fijado en una hermosura de cabello negro con un látigo. La
mujer era exactamente lo que él necesitaba.
Se preguntó si todavía estaría en el club. Necesitaba recoger esa tarjeta que ella le
había prometido y hacer una cita para su perfecto abuso.
Inmediatamente.
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Traducido por flochi
Corregido por Curitiba
ace se detuvo en el callejón de al lado del club. Ni siquiera debía estar allí.
Mientras que siempre había sido bueno para pasar inadvertido, sabía que
tenía un aspecto distintivo, y que los guardaespaldas no se tomaban
amablemente ser pateados en el trasero. Si lo veían, probablemente pasaría
la noche en la cárcel. O peor, el hospital. Participar de una pelea era una cosa, ser
atacado por un grupo de hombres musculosos, otra complemente diferente. Pero
estaba dispuesto a arriesgarse con tal de volver a verla. A ella. Quienquiera que fuera.
Diablos, ni siquiera sabía su nombre.
Jace apagó el motor de la Harley, movió la motocicleta hacia atrás para enganchar
el pie de apoyo y se bajó. Apoyándose contra el costado del asiento con el casco
puesto, esperó afuera de la salida trasera a que emergiera su hermoso demonio de
cuero negro. Esperaba no habérsela perdido. La necesitaba. Mucho. Esperaría toda
la noche si tenía que hacerlo. No era como si tuviera otro lugar en que estar.
Durante la siguiente media hora, varias personas, en su mayoría otras bailarinas,
salieron del club a través de la puerta trasera. Jace se ganó algunas miradas curiosas,
pero nadie cuestionó sus motivos.
Cuando ella finalmente salió, él se quedó sin aliento. Ella llevaba un largo abrigo de
piel negro sobre su bustier de cuero, ropa interior negra de satén y botas altas hasta
los muslos. Jace reprimió un estremecimiento de anhelo primal. Ella hizo una pausa
en la parte inferior de las escaleras y llevó la mano a su bolsillo, buscando algo. ¿Un
cigarrillo, quizás?
Jace se tocó los bolsillos buscando un encendedor, pero ella sacó una caja de
chicles y se metió uno en la boca. Volvió la cabeza en su dirección.
Lo vio.
Su polla se agitó de emoción. Anticipación. Cada centímetro de su piel
hormigueaba con anhelo.
Los labios llenos y rojos de ella se curvaron en una sexy sonrisa.
J
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¿Lo reconocía? Él no sabía cómo. Todavía llevaba el casco puesto con el visor negro
bajo. Quizás ella le sonreía así a cada tipo. No estaba seguro de por qué ese
pensamiento lo molestaba. Él simplemente quería comprar sus servicios por unas
horas, no hacer de ella una constante en su vida. Pero si de constantes se trataba, ella
era única. Santo Dios, la mujer era verdaderamente exquisita.
Ella caminó hacia él, moviéndose con gracia, como un gato que merodea. Cuanto
más se acercaba, más fuerte latía su corazón y más rápido corría. Jace se irguió,
alejándose de la motocicleta.
Ella se detuvo directamente frente a él. Él pudo sentir su calor corporal a través de
su ropa. Acariciaba su piel. Aumentaba su consciencia de ella.
Él se inclinó hacia ella. Queriendo tocarla. Saborearla. Experimentar todo lo que
ella era.
Pero sobre todo, quería que ella lo moliera a golpes.
—Pensé que podrías aparecer —murmuró ella—. Todavía te debo un baile.
En sus botas hasta los muslos con tacones de siete centímetros y medio, ella se
erguía unos centímetros por encima de él. Sin ellas, probablemente él sería un par de
centímetros más alto que ella. Su altura no lo molestaba. Mirarla desde abajo lo
excitaba. Su largo cuello blanco lo excitaba. El afilado ángulo de su mandíbula. La
suave mejilla. Pestañas llenas. Flequillo espeso y negro. El olor almizclado de su
perfume mezclado con cuero y chicle de menta. El ronco y suave sonido de su voz.
Todo en ella lo excitaba. La necesitaba. Ahora. Demandó cada fragmento de voluntad
no arrastrar su cuerpo contra el de él.
—¿Cómo sabías que era yo? —preguntó.
Ella levantó el visor de su casco y lo miró fijamente a los ojos. Sus irises azul cerúleo
eran un sorprendente contraste con su cabello negro azabache y la piel blanca como
porcelana.
—¿Aparte del hecho que traes la misma ropa?
Oh.
—Es la manera en que te conduces, ángel. La tensión de tu cuerpo. Sale de ti en
pulsaciones. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde que has tenido liberación?
Él sabía a qué se refería. No se refería a liberación sexual. Podía tener eso cuando
lo deseara. Ella se refería a cuánto había pasado desde que había recibido lo que
necesitaba. La liberación que ella podía darle.
19
—Casi un año.
Ella frunció los labios con simpatía.
—Pobre bebé. Lo arreglaré. —Le tocó la mejilla—. Lo mejoraré.
Ondas de placer serpentearon por la mandíbula de él, bajando por su cuello y
abdomen. Lo tomaron por las pelotas. Se estremeció. Extendió la mano hacia ella.
Necesitando eso. A ella.
Ella alejó su mano de una bofetada.
—No.
Él apretó la mano en un puño y lo bajó a un costado. Él sabía que ella era una
domme y que estaba acostumbraba a que los hombres acataran sus órdenes, así que
le permitió conservar su poder. Por ahora.
—Vamos.
—¿Ahora?
—Sí, ahora. En este mismo momento.
Ella rio. El rico, ronco sonido hizo que su columna cosquilleara.
—Tengo que volver al trabajo, dulzura.
Su aliento salió en un jadeo frustrado.
—¿Entonces cuándo? ¿Cuándo?
—Mañana a la noche. Diez en punto.
El estómago de Jace se tensó. Sacudió la cabeza.
—No puedo esperar tanto.
La mano de ella se ahuecó alrededor de la entrepierna de él. Su aliento se detuvo.
Ella le apretó las bolas. No con demasiada fuerza. Lo suficiente para regalarle una
deliciosa agonía. Dolía de una manera tan placentera, que él se mordió el labio para
evitar gritar de éxtasis.
—Esperarás —dijo ella imparcialmente—. Dilo.
Él se resistió.
Ella apretó con más fuerza.
—Dilo.
20
Él atrajo el horrible y dulce dolor a su interior, anhelando más de lo mismo.
Ella quitó la mano, y él hizo un gesto de dolor. Su estómago se agitó, pero quería
más dolor. Mucho más. Y sabía que ella no se lo daría, jamás, a menos que la
obedeciera.
—Esperaré.
Ella sonrió y deslizó algo en su mano. Una tarjeta de presentación.
—Esta es la dirección. Preséntate a tiempo, o no responderé al timbre.
Él bajó la mirada hacia la simple tarjeta de presentación negra. Había la suficiente
luz en el callejón para divisar el texto rojo sangre. Ama V, especializada en castigos
corporales. ¿Castigo corporal? Dios, él casi acaba en su pierna de sólo verlo impreso.
Jace respiró para aclarar sus pensamientos. Tenía otras responsabilidades que
considerar. Los Sinners tenían una importante presentación la noche siguiente. ¿El
concierto terminaría para la diez? Aunque por lo general eran cabeza de cartel, los
Sinners serían teloneros mañana, así que su espectáculo comenzaría antes de lo
habitual. Deberían terminar para las nueve treinta, así que tendría que apresurarse.
—Estaré allí —dijo.
—Estoy ansiosa por hacerte rogar por misericordia —murmuró ella.
—Entonces te sentirás decepcionada. —Él deslizó la tarjeta en su bolsillo y se subió
a la motocicleta. Dio vuelta a la llave, y el motor rugió a la vida debajo de él—. Hasta
mañana.
21
Traducido por Itorres
Corregido por Curitiba
ace movió el paquete de hielo de la mano izquierda a la derecha. La
hinchazón comenzaba a bajar, pero él sabía que tocaría como la mierda esta
noche. Iban a ser teloneros de Exodus End, frente a un lleno total. En Las
Putas Vegas, Nevada. Esto debería ser un gran impulso para sus carreras
musicales, y estaba garantizado que apestaran. Los Sinners estaban subiendo en el
negocio, pero Exodus End estaba en la cima del género, sin signos de desaceleración.
¿Podrían los Sinners haber elegido un peor concierto para estar en peor forma? No
era probable.
Cabello de estrella del rock mojado por una reciente ducha, Eric se hundió en el
sofá junto a Jace.
—¿Cómo está la mano?
Jace se encogió de hombros.
—Viviré.
—Sí, pero lo más importante, ¿puedes tocar?
Jace miró a Eric, quien tenía tres delgadas tiras de cinta adhesiva en la sien
sosteniendo su herida para que se mantuviera cerrada.
—Debería ser capaz de hacerlo. ¿Cómo está Trey?
—Está tomando una siesta.
Jace frunció el ceño.
—¿Una siesta? —Eso no sonaba como Trey. ¿No debería estar a la búsqueda de
una chica para follar durante un par de horas? ¿O algún tipo? A Trey no le importaba
cuál—. Tal vez deberíamos llevarlo al doctor.
—Creo que está algo deprimido porque Brian se casó esta tarde. No dirá nada, por
supuesto, pero Brian no va a tener tanto tiempo para su mejor amigo ahora que la
Esposa Sinclair está en la imagen.
J
22
Jace supuso que tenía sentido. Trey y Brian habían sido mejores amigos durante
veinte años. Incluso vivían juntos. Trey tenía que sentirse excluido ahora que Brian
estaba casado.
—Sí.
Sin previo aviso, Eric dio una palmada a Jace en la parte posterior de la cabeza.
—¿Por qué nunca mencionaste que peleas como un campeón de la UFC 3 ?
Jace lo miró.
—Nunca preguntaste.
—¿Dónde aprendiste a patear traseros?
La cabina del bus pareció cerrarse sobre Jace. No le gustaba pensar en su pasado,
y mucho menos hablar de él. Se quedó mirando la bolsa de hielo en su mano y se
encogió de hombros.
—No lo sé. ¿Y tú? Estabas pateando algunos traseros.
Jace esperaba cambiar el centro de atención de sí mismo a Eric. Por lo general,
funcionaba para disuadir a los curiosos. Especialmente con Eric, siempre en busca de
atención.
—No tuve más remedio que aprender a luchar. Pasé de un hogar de acogida a otro
durante quince años. No tuve la ventaja de ser ubicado con un hogar sustituto que
quisiera ayudar a los niños o hacer una familia saludable. Todos ellos sólo buscaban
un cheque fácil. La mitad de ellos ni siquiera me alimentaba. —Se encogió de
hombros, sus ojos azules poniéndose brillantes mientras se esforzaba por abandonar
los pensamientos del pasado. Jace deseaba ser capaz de hacer eso—. Sin embargo,
golpear cabezas es divertido, ¿verdad?
¿Divertido? No, en realidad no. ¿Convalidante? Sí, totalmente.
—Supongo. ¿Qué comenzó la pelea, de todos modos?
—¿No viste que ese guardaespaldas que tomó a Sed con una llave al cuello? Ni
siquiera lo liberó cuando le dije que era un cantante profesional. Tuve que golpearlo.
Jace probablemente también lo hubiera golpeado. La voz de Sed era una de esas
cosas que hacían tan únicos a los Sinners. Jace sonrió ligeramente.
—Entonces, me alegra haberles pateado el trasero.
3 UFC: Ultimate Fighting Championship, liga de pelea de artes marciales con base en Estados Unidos.
23
—Deberíamos ir a ensayar. —Eric se puso de pie—. Nuestro espectáculo tiene
aproximadamente la mitad de su extensión acostumbrada. Sólo sé que voy a terminar
lanzándome con la intro de “Twisted” cuando debería estar tocando “Good-bye Is Not
Forever”.
Jace rio entre dientes.
—Tengo la sensación de que esta noche vamos a apestar de todos modos. —Se
bajó del cómodo sofá de cuero y lanzó la bolsa de hielo que se descongelaba dentro
del pequeño freezer del bus.
—Nadie lo notará. Los fans estarán demasiado excitados por ver a Exodus End
para que les importe una mierda lo que hagamos.
—Creo que notarán si- apestamos.
Eric rio entre dientes.
—No te preocupes. Nunca nadie escucha al bajista. Puedes apestar todo lo que
quieras.
Jace se mordió el labio para evitar regañar a Eric. La tensión realmente estaba
comenzando a afectarlo, y necesitaba una salida. ¿Cuántas horas faltaban hasta que
pudiera visitar a la Ama V? Echó un vistazo al reloj del estéreo. Mierda. Cuatro horas
que eran demasiado.
Después del ensayo y un bocado rápido de lo que sobraba del pastel de bodas,
Jace se paró solo detrás del escenario, intentando motivarse lo suficiente para tocar
en vivo frente a doce mil personas. La hinchazón en sus manos había bajado, pero sus
dedos carecían de la flexibilidad habitual. Temía que decepcionaran a Exodus End y
hacer un trabajo apestoso como su banda telonera esta noche. Lo enfermaba pensar
que podía decepcionarlos. Le debía a la banda un mundo de gratitud. Especialmente
a su guitarrista principal, Dare.
Algo se hundió en su hombro izquierdo, y se volteó para encontrar a Eric
sonriéndole, mientras que el usaba su baqueta como aguijón.
—¿Vas a volver a ocultarte junto a la batería esta noche?
Jace se encogió de hombros. No le gustaba la parte de actuación de tocar en vivo.
Sólo quería tocar el bajo con toda la habilidad que podía reunir y dejar el
entretenimiento del público a Sed, Brian y Trey. Ellos eran naturales a la hora de
interactuar con los espectadores. Jace no. Se sentía como un imbécil cada vez que se
le obligaba a salir de la seguridad de la parte trasera del escenario.
—Hay un problema con esa idea esta noche, hombrecito.
24
—¿Qué pasa?
—Somos la banda telonera, lo que significa que estamos trabajando con la mitad
del escenario. No hay lugar para ti en la parte posterior. Mi batería ocupa demasiado
espacio. Es enfrente y al centro para ti esta noche.
El estómago de Jace se desplomó a sus botas.
—Mierda.
Eric rio de su miseria.
—Esto debería ser entretenido. Aunque sí recuerdo un show en el que Brian
estaba distraído por Myrna, y tú te hiciste cargo. Puedes ser entretenido cuando
quieres.
El problema era que nunca quería serlo. Estaba allí por la música. No había otra
razón. No requería el ego de la adulación de los fans. Un fuerte estruendo sacó a Jace
de su ensueño. Travis, uno de sus roadies 4 más antiguos, le tendió la mano de una pila
de estuches de guitarras vacías y tiró de Trey hasta ponerlo de pie.
—¿Estás bien? —preguntó Travis.
Trey se tambaleó hacia un lado mientras recuperaba el equilibrio y se sostenía del
brazo de Travis por un largo momento. Todavía inusualmente pálido, Trey asintió
lentamente.
—Sí, sólo perdí el equilibrio.
Jace se movió para pararse junto a su inestable guitarrista rítmico.
—Creo que tienes que ir a que te revisen. Las lesiones en la cabeza no son algo
para ignorar.
—Estoy condenadamente bien. Ojalá todos dejaran de tratarme como si estuviera
gravemente herido. ¿Dónde diablos está Brian?
—Creo que se está echando un rapidín con Myrna —dijo Sed, masticando rojas
cuerdas de regaliz por metro. Él utilizaba la glicerina del caramelo para lubricar las
cuerdas vocales, o al menos eso afirmaba. Su garganta todavía debía molestarlo.
—Jesús, todo lo que hace en estos días es follar a esa mujer —se quejó Trey —.
¿No se dan cuenta de que tenemos que estar en el escenario en diez minutos?
4 Roadie: encargado del equipo musical.
25
—Siete minutos —corrigió Dave, el operador de la mesa de sonido frontal del
lugar, antes de correr hacia el público para hacer su magia en el equipo de audio.
Trey tropezó contra Jace, quien lo tomó por ambos brazos para sostenerlo.
—Respira profundamente.
Trey cerró los ojos y obedeció sin discutir.
—¿Mejor?
Él asintió levemente y luego hizo una mueca de dolor.
—Mierda, me duele la cabeza.
—¿Por qué no te sientas? —dijo Eric—. Te vas a romper algo.
—Probablemente el cuello —dijo Brian cuando finalmente se unió a ellos y se pasó
la correa de la guitarra por encima de la cabeza.
—¿Terminaste de follar a Myrna? —preguntó Trey, sacudiendo la cabeza ante la
desgracia dominada en la que se había convertido su mejor amigo.
Brian rio entre dientes.
—Ni por casualidad. La verdadera luna de miel comienza en cuarenta y seis
minutos.
Sed frunció el ceño y agarró a Jake, el roadie que afinaba las guitarras y que llevaba
un mohawk, de ambos brazos.
―Oye, Jake. Búscame dos realmente sexys para esta noche. —El ceño de Sed se
profundizó—. Que sean tres sexys.
Nadie tenía que preguntar qué tres cosas sexys. Sed se refería a las groupies. Había
estado de mal humor desde que se había tropezado con su ex, Jessica, la noche
anterior. Cualquiera fueran las tres groupies que Jake seleccionara para el
entretenimiento de Sed, iban a ser folladas. Folladas bien, larga y duramente. Sed
estaba en modo depredador. Jace estaba doblemente agradecido de que pasaría el
tiempo después de su concierto en el calabozo de Ama V. La mordedura de su látigo
seguro era menos dolorosa que observar a las groupies de Sed llorar y rogar por su
atención después de que él terminara con ellas y las enviara.
Las luces del estadio se apagaron y la multitud empezó a aplaudir, sabiendo que
eso significaba que era el momento de que la banda saliera al escenario.
Cuando Trey tropezó con el escalón inferior en la oscuridad, Brian lo tomó de un
brazo y lo ayudó a subir al escenario.
26
—¿Estás seguro de que estás bien amigo? —Jace oyó a Brian decir sobre el ruido
de la multitud.
—Como si te importara. —Trey arrancó su brazo del asidero de Brian y trotó hacia
su habitual lugar a la derecha del escenario. No había mucha luz para que Jace
encontrara su propia X amarilla pegada al suelo. Al menos estaba detrás de la línea
del frente y en algún punto intermedio. Aquí probablemente podría esconderse
detrás de la amplia forma muscular de Sed.
El primer golpe del bombo de Eric aceleró un poco la frecuencia cardíaca de Jace.
Comenzó la primera canción, “Twisted”, con su constante progresión de línea de
bajo. Sus dedos amoratados e hinchados protestaron con cada nota. Para cuando
Brian entró en su solo, Jace apenas podía obligar a sus dedos a moverse. Trey
encontró un altavoz en el que sentarse. Típicamente, él rasgueaba su guitarra rítmica
con gran entusiasmo, pero varios tropezones contra su micrófono lo habían hecho
buscar un lugar estable para descansar. Sí se las arregló para tocar sin ningún
problema, siempre que no se moviera mucho. Cuando Sed rugió en el micrófono al
final del solo algo arruinado de Brian, la voz del cantante se rompió en medio de una
nota con una tos. Éste se aclaró la garganta y lo intentó de nuevo sin éxito. Jesús, qué
desastre.
Cuando la canción felizmente llegó a su fin, Jace se frotó los nudillos tiesos y
doloridos mientras Sed hablaba a la multitud y les decía que eran la mejor audiencia
de la historia. Lo mismo que decía a todas las multitudes. Él no hizo excusas por la
inusual mala calidad de la actuación de la banda. El único que estaba actuando en
forma relativamente normal era Eric. Ya que Eric había sido la razón principal por la
que se habían metido en la pelea en el club en primer lugar, no parecía justo que no
apestara como el resto de ellos.
Ya que el canto de Sed era insatisfactorio, al parecer él decidió que espectáculo
adicional podría compensarlo. Se lanzó a la multitud en el medio de la segunda
canción y parecía ajeno al hecho de que le faltó cantar la gran mayoría de las letras,
mientras la multitud lo pasaba de mano en mano sobre sus cabezas. Si Jace hubiera
intentado esa locura, probablemente habría sido lanzado al cemento y habría sido
pisoteado hasta la muerte. La seguridad rescató a Sed de la muchedumbre retorcida,
y eventualmente regresó al escenario.
—Demonios, sí. ¡Ustedes locos hijos de puta saben cómo rockear! —gritó Sed por
el micrófono—. ¿Quién está aquí para ver al maldito Exodus End? —Levantó un puño
al aire mientras la multitud estallaba en vítores. Se aclaró la garganta. Hizo una
mueca. Bajó su volumen a un rugido más bajo—. Mi garganta está un poco dolorida
esta noche. Nota para uno mismo, no te metas en peleas en clubes de striptease la
noche antes de un show, sin importar cuán condenadamente sexy sea la chica.
27
El público vitoreó el libertinaje de Sed. Jace no podía evitar sonreír. En cuantos más
problemas se metieran los Sinners, más los amaban sus fans. De vez en cuando,
tenían que actuar como, bueno, pecadores 5 y mantener su imagen oscura
mayormente fabricada. Esperaron mientras Brian y Trey cambiaban sus guitarras
eléctricas habituales por las acústicas para tocar su siguiente canción, “Good-bye Is
Not Forever”. Esta canción siempre ponía un maldito nudo en la garganta de Jace. Le
recordaba a Kara Sinclair. Habían tenido una relación secreta cuando eran
adolescentes. Cuanto más imprudente, fuera de la ley y fuera de control estuviera
Jace, más ella se sentía más atraída por él. Una razón por la que no podía olvidarla era
que Kara era la hermana menor de Brian, o había sido, antes de que un accidente de
coche le quitara la vida. Brian no tenía ni idea de que Jace alguna vez había salido con
ella. Que le había robado su inocencia. Ése era un secreto que planeaba llevarse a la
tumba. No había razón para empañar los recuerdos puros y preciados de un hombre
acerca de su perfecta hermanita.
Trey y Brian flanqueaban los lados del escenario, sentados en las plataformas,
mientras rasgueaban el intrincado riff de la única balada de la banda. Sed se sentó en
la parte delantera del escenario, con las piernas colgando por el borde y cantó con
todo su corazón. Con el imprescindible nudo en la garganta, escalofríos corrieron por
la columna de Jace ante el sonido de la increíble voz de Sed.
El único de pie, Jace se sentía increíblemente expuesto. Respiró hondo, sus dedos
encontrando las gruesas cuerdas de metal del bajo y las correspondientes notas de
memoria. Concentrándose en producir el sonido perfecto, lo que no era fácil con sus
nudillos tan hinchados, se acercó al frente del escenario, de pie entre Sed y Trey. Sus
ojos recorrieron la multitud, tomando nota del repentino entusiasmo de varias
jóvenes en el público cuando entró en su campo de visión. Jace saludó a una
particularmente entusiasta veinteañera con dos dedos, y ella tomó el dobladillo de su
camiseta. Levantó ambas manos sobre la cabeza, gritando a todo pulmón, mientras
exponía sus pechos desnudos a la banda. Sed miró a Jace y sonrió. Para no ser menos,
Sed levantó su camiseta y mostró un par de pectorales duros y sus abdominales de
tabla de lavar a las Lady Sinners de las primeras filas. Los chillidos de las mujeres de la
audiencia hicieron resonar los oídos de Jace, incluso sobre la música que se filtraba a
través de su auricular.
Sed inclinó la cabeza a Jace, como diciendo, tu turno. Jace negó con la cabeza y
dio varios pasos hacia atrás, su deseo temporal de interactuar con el público
completamente arrasado. Se mantenía en buena forma, pero no era rival para el
cuerpo de fisicoculturista de Sed. No tenía sentido avergonzarse a sí mismo frente a
doce mil personas.
5 “Pecadores” sería la traducción de Sinners, el nombre de la banda.
28
Cuando el concierto terminó, los dedos de Jace se negaban a moverse, Trey
apenas podía mantenerse en pie, Sed cantaba en un susurro y Brian estaba tan
distraído (con pensamientos sobre su luna de miel, sin duda), que salió del escenario
sin quitarse la guitarra. Produjo una serie de sonidos discordantes mientras se dirigía
hacia la parte trasera del escenario a la carrera hasta que un roadie logró detenerlo
lo suficiente para reclamar el instrumento de su ansioso guitarrista principal. A fin de
cuentas, Jace no podía recordar una peor actuación. Si la gente se dio cuenta, no se
podía decirlo por los vítores y el canto de " Sinners, Sinners, Sinners" resonando por
todo el estadio.
—Wow, todos ustedes apestaron —comentó Eric mientras lanzaba una baqueta
a la multitud frente al escenario.
Jace lanzó su púa a la chica exhibicionista de la primera fila. Cuando ésta aterrizó
en su mano extendida, ella la llevó a sus labios, la besó, y luego comenzó a saltar.
—Creo que tienes una fan, Jace —comentó Sed, secándose el sudor del rostro con
el dobladillo de la camiseta—. Tal vez deberías invitarla al backstage. Luces como si
necesitaras una mamada.
Jace sintió que sus orejas enrojecían. Esa fan no tenía nada que él necesitara, pero
una dominatrix de cabello negro vestida de cuero sí. Pensar en Ama V y las
necesidades que ella estaba a punto de satisfacer obligó a Jace a ajustar su cremallera
detrás del bajo.
—Sé que yo necesito una —añadió Sed.
—Puedo ver, ¿verdad? —preguntó Eric.
—Sabes que actúo mejor frente a una audiencia. —Sed guiñó el ojo, hizo otra
reverencia y se dirigió fuera del escenario.
Jace entregó su instrumento a Jake, quien lo llevó con cuidado a la colección de
guitarras a lo largo del lado del escenario. Jace sacó la tarjeta negra y roja de su
bolsillo. Ahora sólo tenía que encontrar su dirección. Nada menos que la muerte le
impediría llegar a su puerta exactamente a las 10 p.m.
29
Traducido por Azuloni y SOS por Simoriah e Isa 229
Corregido por Curitiba
l timbre de Aggie zumbó a las diez menos cinco. Ella sonrió. Encendió otra
vela. Pasó los dedos a través de la llama. Lo hizo esperar.
El timbre sonó de nuevo, por más tiempo esta vez. Mirándose en el
espejo que cubría una pared completa del cuarto exterior de su calabozo, Aggie se
alisó el cabello largo y liso con ambas manos. Comprobó su maquillaje. Se pasó la
lengua por los dientes. Lo hizo esperar.
Buzz. Buzz-buzz. Buzzzz.
Acarició el mango de su látigo favorito. Trazó el diseño floral que ella había
bordado en su corsé de cuero. Miró el reloj. Diez menos dos minutos. Todavía no.
Él se apoyó en el timbre. Buzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzz.
Aggie rio entre dientes.
Salió de la habitación insonorizada y atravesó el vestíbulo para abrir la puerta.
En ella estaba el ángel rudo que ella no podía sacar de sus pensamientos. Su
nombre era Jace. Jace Seymour. Jessica, la ex prometida de Sed quien tenía el
privilegio de esa información, le había soltado esa dulce golosina a Aggie ese mismo
día. Sí, Aggie se había tragado su fachada de perra dura lo suficiente para preguntarle
a Jessica por ese tipo. No su momento de mayor orgullo. No creía que Jess le dijera a
nadie que ella estaba interesada en alguien en quien no debería estarlo.
Jace encontró su mirada y respiró con un estremecimiento.
―Pensé que había llegado tarde. Que no responderías.
Tan lindo como ella lo recordaba. Si se sacara los piercings, el pelo en puntas y los
tatuajes, podría haber hecho una cómoda vida como modelo de Abercrombie &
Fitch 6 . ¿Cómo un chico que estaba bien terminaba con un fetiche por el dolor? No era
6 Abercrombie & Fitch: compañía de ropa de Estados Unidos.
E
30
su incumbencia, decidió ella. Estaba tratando de ganarse la vida aquí. Y demonios,
bien podría disfrutar de su trabajo.
―Entra.
Él entró. Miró a su alrededor, luciendo emocionado y ansioso.
Ella lo tomó de la mano y lo llevó al sillón de dos puestos con estampado de cebra
junto a la puerta abierta de su santuario: la sala donde los hombres pasaban la mayor
parte del tiempo de rodillas. Aggie y Jace se sentaron uno junto al otro, centímetros
separando sus muslos. Tenían que hablar de negocios para que ella supiera lo que él
quería. Cómo lo quería. Y por cuánto tiempo. Cada cliente era diferente.
―¿Cómo quieres que te llame, azúcar?
―Jace ―dijo él.
―¿Es el diminutivo de Jason?
Él se tensó, y un destello de profundo dolor emocional cruzó sus rasgos.
―Nunca me llames Jason. Nunca.
―Lo que prefieras. Te llamaré perro, puta, esclavo, coño, cabrón, Batman, lo que
sea que quieras.
Él sonrió y desvió la mirada hacia la mano que descansaba sobre su rodilla.
―Jace está bien.
Ese breve destello de su sonrisa hizo que el vientre de ella temblara. Nunca había
estado así de estúpida por un hombre antes, y mucho menos uno de sus sumisos.
¿Qué le sucedía? Iba a golpearlo extra fuerte por hacerla desearlo.
Ella levantó la mano y acarició la oscura y áspera barba en su mejilla, tratando de
hacer que él la mirara. La boca de él se abrió, e inclinó la cabeza en hacia ella,
temblando de deseo contenido. Oh mierda, sí. Tenía que ponerse a trabajar.
―Tu palabra de seguridad es misericordia. Misericordia, Ama V.
―No necesito una palabra de seguridad.
Ella se mordió el labio para contener su resoplido de diversión.
―Me especializo en castigo corporal.
―Por eso estoy aquí.
31
Decidió que a este hombre le gustaba el tipo de cosas que ella era demasiado
escrupulosa para llevar a cabo.
―Hay algo que debes saber antes de empezar. Me niego a romper la piel. No
utilizo ganchos o alambres de púas. No clavaré tus bolas al suelo. Si disfrutas este tipo
de cosas, tengo un par de colegas con las que podría contactarte, pero yo no iré tan
lejos, sin importa cuánto me pagues.
Él sacudió la cabeza.
―Sólo quiero que me golpees.
Ella se echó a reír.
―Eso lo hago. Y lo hago bien.
―¿Podemos comenzar ahora mismo?
Sí, podían.
―¿Quieres que te ate?
―No.
―¿Qué te amordace, encapuche o te ponga un collar?
―Sólo golpéame, ¿de acuerdo? No quiero hablar de eso.
Ella le haría lamentar la falta de respeto.
―Pagas la mitad de tu tributo ahora. La mitad cuando hayamos terminado.
―¿Cuánto?
―Doscientos por diez minutos.
―¿Cuánto por dos horas?
Los ojos de ella se agrandaron.
―¿Dos horas?
Él asintió con sequedad, evitando su mirada.
―Cariño, no creo que…
―¿Cuánto?
La mayor cantidad de tiempo que ella había hecho esto habían sido cuarenta
minutos. Él no debía saber lo que le esperaba. Algunas dommes pasaban la mayor
32
parte de la sesión provocando, pero a ella le gustaba ir directamente al grano. Su
teoría era, salva al látigo y arruina al esclavo. Ella no ataba tipos y los dejaba en medio
del suelo durante dos horas mientras se pintaba las uñas, y luego los azotaba durante
tres minutos antes de enviarlos a casa. Ella daba palmadas primero. Daba latigazos
en segundo lugar. Si ellos llegaban tan lejos. Pero si Jace quería pagarle por dos horas,
estaba más que feliz de tomar su dinero.
―Dos mil dólares. ―Descuento de tipo sexy.
Él abrió su billetera y sacó diez crujientes billetes de cien dólares.
Ella dobló el efectivo y lo guardó en su corpiño de cuero.
―No hay reembolsos.
―Está bien. ―Él se puso de pie―. ¿Dónde?
Un hombre de pocas palabras. Realmente estaba comenzando a gustarle este
tipo.
―Quiero dejar claro que no soy una prostituta. No estás comprando sexo. No
tengo relaciones sexuales con los clientes.
―Sé cómo funciona esto.
―Bien. ―Ella se puso de pie y tomó su mano―. Sígueme.
Ella lo llevó al santuario y cerró la pesada puerta detrás de ellos. Se cerró con un
estruendo. Ella echó el cerrojo y revisó el botón de emergencia para asegurarse de
que funcionara. Nunca había tenido que usarlo y dudaba de que lo hiciese ahora, pero
incluso una chica experta en defensa personal y que sabía cómo usar un látigo podría
llegar a necesitar la ayuda de la policía o un paramédico en algún momento.
Jace miró alrededor con interés. La habitación era perfectamente cuadrada, con
tres paredes acolchadas para amortiguar el sonido. El espejo de la cuarta pared era
para los clientes a los que les gustaba observar mientras ella infligía dolor. Si no
querían verse llorar y suplicar, podía deslizar la pesada cortina de terciopelo sobre
éste. Había una segunda habitación donde ella guardaba los instrumentos adicionales
y limpiaba y desinfectaba las herramientas de su oficio después de cada sesión.
Jace examinó los implementos en una mesa contra la pared.
―¿Algo que te llame la atención? ―preguntó ella.
―Me gustaría probarlos todos. ―Él la miró sobre el hombro, los ojos marrones
encontrándose con los de ella sin vacilar―. En repetidas ocasiones, y en exceso.
33
Aggie cubrió su sorpresa con una carcajada.
―Vas a lamentar haberme dado libertad total, Jace. Soy conocida por mi
brutalidad.
―Lo espero con ansias.
Él sonrió, y el corazón de ella se saltó un latido. Dios mío, él era probablemente el
tipo más guapo que ella jamás había conocido de todos modos, pero cuando
sonreía... Ella tragó saliva y se dio una sacudida mental. No podía permitirse el lujo de
sentirse atraída por un cliente. Ni siquiera uno que al verlo hacia que se mojara.
―¿Estás listo para comenzar?
―Sí.
Ella se acercó a él, su nariz a centímetros de la suya.
―Sí, Ama V. ―Su voz era dura.
Él se estremeció, mirándola a través de párpados entornados.
―Sí, Ama V.
―Quítate la ropa.
―¿Toda?
Ella apretó los dientes y le hundió un dedo en el centro del pecho.
―No me cuestiones. Nunca me cuestiones. ¿Entiendes?
―Sí, Ama.
Él se quitó la chaqueta de cuero, la camiseta, las botas y los calcetines. Bonito
cuerpo. Delgado con músculos esculpidos. Decorado aquí y allá con tatuajes. Deseó
tener tiempo para examinarlos más de cerca, pero tenía que fingir que no tenía
ninguna consideración por él. Que era insignificante. Que era afortunado de recibir
cualquier atención de ella. Incluso su abuso. Especialmente su abuso. Era uno de los
componentes más importantes del partido que ellos jugaban.
Jace vaciló, apretando la cintura de sus jeans.
―No llevo ropa interior.
―¿Qué? ¿Crees que me importa ver tu polla? ¿Crees que es especial? ¿Que podría
atraer mi interés?
Él dirigió su mirada al suelo.
34
―No, Ama.
―Entonces desnúdate.
Él se sacó los jeans. Resultó que su polla era algo especial. Enorme. Hermosa.
Gruesa. Y dura como el granito. Su coño palpitó ante la imagen. De acuerdo, sí estaba
interesada, pero no podía hacérselo saber.
―¿Te excito, Jace? ―preguntó con una sonrisa sardónica. Hacía mucho tiempo
que no quería follar a un hombre. Cualquier hombre. Y nunca había querido follar a
un cliente.
Hasta ahora.
―Sí, Ama ―jadeó él―. Usted me pone duro. Castígueme.
―De rodillas.
Él dudó. No la miró cuando dijo.
―No.
―¿No?
Así que él quería jugar. A ella sí le gustaba un desafío. Rara vez tenía uno.
―Sólo quiero que me lastime. No quiero arrastrarme o ser humillado. ―Cuando
inclinó la cabeza para mirarla, había desafío en sus ojos. ¿Desafío? ¿No era sumiso?
Entonces, ¿por qué estaba aquí ¿Para qué demonios la necesitaba?
Ella lo observó luchar para reprimir su desafío y decidió que sí quería someterlo.
Sólo necesitaba más estímulo que la mayoría. Sus clientes habituales ya estarían
arrastrándose en cuatro patas, rogando por dolor y luego llorando por misericordia.
―Si quieres que te haga daño, harás lo que te diga ―dijo ella en un gruñido
peligroso. Deslizó la mano por la espalda baja de él, y él se puso tenso. Ella intentó
ignorar la excitación que temblaba en su vientre cuando ella lo tocó―. Y si piensas
que puedes hablar conmigo sin dirigirte a mí correctamente, voy a amordazarte.
Siempre te dirigirás a mí con respeto. Como Ama V. ―Ella tomó el pezón de él y lo
retorció. Lo que realmente quería hacer era derribarlo y meter su enorme polla en su
coño durante una hora. Era la mirada en sus ojos. La fuerza. Tan diferente a lo que
ella estaba acostumbrada. Le dificultaba mantenerse en su personaje dominante. La
hacía querer someterse a él. Y eso era totalmente inaceptable. Sin siquiera intentarlo,
él se las había arreglado para sacarla de su juego, y ella no lo apreciaba. Eso la
molestaba.
Ella apretó los dientes.
35
―No me mires así, Jace.
El desafío no se apartaba sus ojos, pero él bajó la mirada. Para ocultarlo. Cuando
le soltó el pezón, él respiró hondo varias veces.
―Pido disculpas, Ama V.
Su inusual mezcla de fuerza y debilidad la volvió loca.
―Si quieres sentir la mordedura de mi látigo, Jace, te pondrás de rodillas.
Luchando con su orgullo, él se dejó caer de rodillas a sus pies. No la miró. Mantuvo
la mirada baja. Sin duda todavía le escondía su desafío. Ella lo liberaría de éste muy
pronto. Levantó el pie y apretó su tacón aguja en su pecho.
―Bésalo.
Una vez más, él vaciló. Sería tan divertido a la hora de quebrarlo. No podía esperar
a comenzar.
Ella esperó pacientemente. Los minutos pasaron con lentitud. Su pierna estaba
cansándose para cuando él le dio un rápido beso a la suela de su bota.
―Perdóneme, Ama V.
―Levántate, Jace.
Él se puso de pie. Allí no hubo dudas.
Ella tomó una gruesa cuerda roja que estaba enganchada a un aro en la pared. La
sacó recta y se la entregó. Él la envolvió su muñeca izquierda con ella y aferró la tensa
cuerda con una amoratada mano izquierda. Ella le entregó una segunda cuerda fija a
la pared de enfrente. Él envolvió el brazalete de cuero negro en su muñeca derecha
con ella y aferró la cuerda con la mano derecha. Con los brazos extendidos a los lados,
esto dejaba su espalda expuesta para que ella trabajase, y le dio una maravillosa vista
de su cuerpo sexy. No era alto, pero tenía un físico perfecto. Especialmente ese
pequeño culo apretado suyo. Maldita sea, su única debilidad importante cuando se
trataba de hombres. Un culo perfecto. Y no había ninguno mejor que el suyo. Una
curva suave. Suaves mejillas. Leve depresión en los laterales. Ella podría escribir
sonetos sobre el culo, pero él no le había pagado por comerse con los ojos su
hermoso cuerpo desnudo. Tenía trabajo que hacer.
Aggie comenzaría suave y aumentaría la intensidad hasta que encontrase su lugar
feliz. Ella no sabía cuál era su tolerancia al dolor y tenía que buscar su umbral antes
de que pudiera hacer su trabajo real. Encontrar su límite y conducirlo más allá de éste.
36
No demasiado lejos. Nunca demasiado lejos. Pero llevarlo exactamente donde él
quería estar. Más allá del dolor. Donde la euforia gobernaba.
Seleccionando una paleta de madera lisa y redonda de la mesa, ella se movió hasta
pararse junto a él. Sus miradas se encontraron en el espejo.
―¿Has sido malo, Jace? ¿Necesita palmadas? ―El olor almizclado de la excitación
de él la envolvió, y sus pezones se apretaron.
―Sí, Ama V ―dijo él sin aliento.
Ella dejó caer el acto de Ama V por un momento para susurrarle.
―Grita todo lo que quieras, Jace. La habitación está insonorizada. Nadie te
escuchará. Te golpearé hasta que digas: “Misericordia, Ama V.” ¿Entiendes? ―Le dio
un azote en el culo con la paleta, con cuidado para que le picase, pero que no dejase
un moretón.
Él ni siquiera se inmutó, y mucho menos gritó.
―¿Qué dices para que me detenga? ―solicitó ella.
Cuando él no respondió, ella le pasó la mano por el culo, la cadera, el muslo. El
firme músculo de su flanco tembló debajo de su toque.
―Dime, Jace, o hemos terminado.
―No necesito una palabra de seguridad.
Ella dejó caer la mano y se alejó.
―Entonces terminé. Ponte la ropa.
―Misericordia, Ama V ―dijo él.
Ella sonrió para sí. Estaba comenzando a entender cómo funcionaba él. Le tocó el
trasero con la paleta.
―Eso está bien. Dilo otra vez para que no se te olvide.
―Misericordia, Ama V ―susurró.
―Ahora no lo digas a menos que lo hagas en serio. En el segundo que lo digas,
prometo detenerme sin importar lo mucho que esté disfrutando de su agonía.
Él tragó con fuerza y asintió.
Ella le golpeó el culo con la paleta, observando su reacción para determinar cuándo
estaba cerca de su límite. Más duro. En el mismo sitio. Una vez más. Una vez más. Ella
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conocía el punto débil. Ese lugar tierno en las nalgas que picaba como el demonio
cuando recibía un golpe. Él la miró como preguntándole cuándo iba a comenzar.
―Has sido muy travieso, ¿no es así? ―dijo, frotándole el culo con la mano
desnuda. Por lo general lo hacía para aliviar el escozor para que su cliente pudiera
soportar más dolor, pero en su caso, ella realmente quería tocarlo.
―Hágame daño, Ama V. Por favor, hágame daño.
Ella siguió con algo más brutal. Se saltó la fusta y seleccionó tres cortos látigos
unidos a un mango. Le golpeó la espalda con un fuerte estallido. La mayoría de los
tipos habría gritado. Jace ni siquiera se inmutó. En el espejo, ella vio que sus ojos
estaban vidriosos por el dolor. No dolor físico. Dolor emocional. Profundo y que
dejaba cicatrices. ¿Por qué tenía la repentina y ridícula urgencia de abrazarlo? Lo
golpeó más fuerte. Más duro. Más duro de lo que normalmente haría, observando las
marcas elevarse en tríos sobre su piel. Usualmente ella no llevaba a un hombre tan
cerca del derramamiento de sangre. ¿Por qué él se negaba a gritar o a pedir
misericordia? ¿Podía siquiera sentir dolor?
Sintiendo punzadas de frustración, ella lanzó el látigo corto a un lado y tomó su
látigo largo de la mesa. Éste chasqueó ruidosamente cuando la punta resonó y dejó
una línea roja a lo largo del costado de él. Un segundo golpe se envolvió alrededor de
su cuerpo y dejó una herida en su vientre. Su muslo. Su pecho. La espalda de nuevo.
Él no reaccionó. Ni una sola vez. La única indicación de que sentía algo era la
contracción ocasional encima de su ojo izquierdo. Ni siquiera se aferraba con fuerza
a las cuerdas.
¿Dónde diablos estaba el umbral de dolor de este tipo? No estaba segura de cuánto
más duro pudiera golpearlo. Los habituales signos que reconocía para ayudarla a
localizar el límite de dolor de un hombre faltaban.
―¿Te estoy haciendo daño en absoluto?
―No lo suficiente ―susurró él―. Hágame sangrar.
Ella se negaba a hacerlo sangrar, pero había otras cosas que podía hacer para
quebrarlo. Y eso era lo que él necesitaba. Necesitaba ser quebrado. Ella lo pondría de
rodillas. Lo haría rogarle que se detuviera. Él se sometería a ella, aunque le llevara
toda la noche.
Ama V lanzó su látigo a un lado y regresó a la mesa. Apagó una vela. Probó la cera
fundida con los dedos y los echó hacia atrás. ¡Caliente! Lo miró a la cara y le echó la
cera por el pecho y el cuello.
―¿Cómo está eso? ―balbuceó―. ¿Eso duele?
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―¿La enojo, Ama V?
Ella nunca había conocido a un hombre que no pudiera quebrar, y sí, su sufrimiento
en silencio, su estoicismo, la enfurecían. Tenía que estar sufriendo un montón de
dolor, pero de acuerdo a lo que demostraba, bien podría estar haciéndole cosquillas
con una pluma.
―No estoy enfadada. Estoy tratando de averiguar cómo hacer que te sometas.
―Nunca nadie lo ha hecho antes ―le dijo él―. Pero está haciendo un excelente
trabajo intentándolo. No se detenga ahora.
―No seas condescendiente conmigo.
―¿Tienes un flog 7 ? ¿Con nudos?
Ella le azotó, primero con su flog de nylon con sus tres docenas de cuerdas de
treinta centímetros de largo. Y luego con su flog de cuero anudado que dejó sobre su
piel un desorden de heridas entrecruzadas. Él no se inmutó. No protestó. Ella tomó
una gruesa vara de madera y le dio más de una docena de bastonazos contra su
espalda ya en carne viva. Cuidadosa de evitar órganos vitales, como los riñones, ella
gruñó por el esfuerzo mientras cada golpe aterrizaba entre sus hombros. Le dio
bastonazos. Ella nunca recurría a bastonazos tan brutales. No usaba el bastón muy a
menudo, ya que por lo general no era necesario. Y aun así él no protestó. Ella ni
siquiera estaba disfrutando esto. La sensación de poder que usualmente le infundía
cuando servía a sus esclavos era inexistente. Su temperamento se encendió.
Él la miró por encima del hombro.
―Si se está cansando…
―Cállate.
Ella volvió a tomar su látigo y descargó su creciente frustración contra su espalda.
Ni siquiera estaba en su papel de dominatrix cuando hacía resonar su látigo. Sólo
quería que él gritara. Sólo una vez. Cualquier indicación de que había llegado hasta él
sería apreciada. Ella necesitaba eso. Saber que estaba en control. No quería admitir
que no lo estaba. O que mientras ella le permitiera llegar a ella, él era quien tenía el
control. Lo golpeó en la parte trasera de sus muslos, dándose cuenta de lo mucho
que eso dolía, pero él lo soportó. Lo soportó y con calma esperó a que continuara.
―¡Maldita sea, Jace! Trabaja conmigo. ―Volvió a golpearlo en la espalda. Una
furiosa línea roja apareció. No una herida. Sangre.
7 Flog: látigo de múltiples puntas.
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Él jadeó suavemente.
Aggie dejó caer su látigo. Se enorgullecía como profesional en causar todo el dolor,
pero en jamás sacar sangre. Lo que le había hecho a él no había sido profesional.
Había estado frustrada. Enfadada. Ella nunca se había enfadado así en una sesión
antes. Por supuesto, nunca había conocido a un hombre al que no pudiera quebrar
en diez minutos o cuyo umbral del dolor estuviera tan por encima de lo normal.
Quizás nadaba en analgésicos o algo así. No parecía drogado, pero ella no podía
pensar en ninguna otra razón plausible para que él aceptase tanto dolor tan
fácilmente. Aggie se detuvo detrás de Jace, tocando suavemente la piel en carne viva
por encima de la herida sangrante que corría en diagonal desde el hombro a la
columna vertebral.
―Lo siento tanto, Jace. No era mi intención...
―Gracias, Ama V, ¿puedo tener otro?
―No. ―Ella sacudió la cabeza vigorosamente―. ¡No! Tu sesión ha terminado.
―Pagué por dos horas.
―Entonces te devolveré el dinero.
―Dijiste que no había reembolsos.
Ella rodeó su cuerpo para enfrentarlo y lo miró a los ojos. Nunca había visto tanto
dolor en un hombre tan joven. Él no la estaba usando para hallar liberación. Estaba
aceptando su abuso y lo internalizaba, agregándolo a lo que ya existía y sumando al
dolor dentro de él. Ella sabía que él había sentido cada uno de los golpes de su látigo.
Sabía que lo había herido mucho más de lo que él había estado demostrando. ¿Por
qué se negaba a derrumbarse? Ella no lo comprendía.
—Sea lo que sea lo que te está comiendo vivo, tienes que dejarlo ir —murmuró
ella, acariciándole la ceja, la mejilla áspera por la barba crecida y su mandíbula angular
con suaves dedos—. Déjalo ir, Jace.
Su mandíbula estaba apretada. Él sacudió la cabeza ligeramente.
—Preferiría que me despellejaran vivo.
Con su mano todavía tomando el lado de su rostro, ella inclinó la cabeza y se acercó
hasta que una fracción de centímetro separó sus labios. No debería besarlo. Quería
hacerlo, pero… Alejándose ligeramente, sus ojos buscaron en los de él. Tanto como
lo deseaba físicamente, ayudarlo era más importante. Quitar esa expresión
angustiada de su mirada. Quitarla.
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Sacarla.
Los labios de ella rozaron los de él, ligeros como una pluma. Él se estremeció,
emitiendo un jadeo, y sus labios se separaron para atraerla más cerca para un beso
más profundo. Ella le devoró la boca, intoxicada por su sabor, su aroma. Un profundo
deseo ahuecó su centro, dejándola vacía y deseosa. Presionó los senos vestidos de
cuero contra el duro pecho de él, su mano libre rodeando su espalda para acercarlo
más. Lo pegajoso de su sangre contra los dedos le recordó lo que le había hecho.
Ella se alejó, sabiendo que ese beso había sido su idea. No podía echarle nada de
culpa a él. Él todavía aferraba a las sogas, los puños apretados y los nudillos blancos.
—La deseo, Ama V —gruñó.
Los labios de ella se separaron, sus pezones se apretaron y su coño se hinchó hasta
que latió sin descanso. Ella también lo deseaba, pero nunca tenía sexo con clientes.
Suspiró con remordimiento.
—El nombre es Aggie. —Desenroscó la soga de su muñeca derecha, y él liberó su
asidero—. Vamos a encargarnos de esa herida.
—No es nada —insistió él—. Termina conmigo.
—Es algo y ya terminé contigo. Pagaste por un tratamiento profesional, y yo me
dejé llevar. Me disculpo por romper tu confianza. Saqué sangre. Eso es inaceptable.
—Yo no lo creo, pero está bien. Si no te gusta esto, me iré. —Él liberó la segunda
soga y se movió hacia el borde de la habitación para encontrar su ropa.
Ella no quería que él se fuera. Su polla todavía se erguía con total atención. Lo
deseaba dentro de ella. Dentro de Aggie, no de la Ama V, pero era a la Ama V a quien
él deseaba. Lo había dicho él mismo.
Antes de que él pudiera deslizarse dentro de sus pantalones, ella le tomó la mano
y tiró de él hacia la puerta trabada.
—No te vas a ninguna parte hasta que vende esa herida —dijo ella.
Él no protestó, permitiéndole abrir la puerta y guiarlo a través del vestíbulo hacia
la segunda parte del domicilio; sus habitaciones privadas. Ella nunca había traído un
cliente a su hogar personal antes, pero ahora que su transacción estaba terminada,
no pensaba en él como un cliente. Ingresó un código en el teclado de la cerradura y
abrió la puerta reforzada que separaba su hogar de su calabozo.
Después de asegurar la puerta detrás de él, ella guió A Jace hacia su habitación y
lo instó a sentarse en el borde de la cama mientras ella iba hacia el baño conectado
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en busca de ungüento antibiótico, vendas y… un condón. Deslizó el condón dentro
de su bustier y encontró el dinero que él le había dado todavía allí. Sacó los mil
dólares, los lanzó al lavabo y llevó los artículos de primeros auxilios a su habitación.
Encontró a Jace donde lo había dejado, con los ojos cerrados, respirando
profundamente a través de la nariz. Su polla se hacía más suave con cada exhalación.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó.
Él se sorprendió y volvió la cabeza para mirarla parada en la entrada. Mientras su
mirada se deslizaba por su cuerpo, su polla se volvió a poner dura. Bien. Ella la quería
dura. Dura e incómoda, para poder calmarlo con su carne. Y él podría encargarse de
ese profundo dolor entre sus muslos.
—Estoy tratando de calmarme. —Jace tomó su polla con una mano e hizo una
mueca, inhalando con fuerza a través de los dientes apretados. Probablemente ya
estaba demasiado excitado para ser bueno, pero eso no evitó que ella deseara esa
enorme verga suya profundo dentro de ella. Y con fuerza.
—¿No quieres follarme?
—No follas clientes —le recordó él.
—Cierto. Ama V nunca folla a sus clientes. —Se subió a la cama detrás de él. Él la
observó sobre el hombro mientras le aplicaba ungüento antibiótico y unas pocas
vendas en lugares que todavía chorreaban sangre. Ella esperaba que no se le
formaran cicatrices. Tenía un cuerpo tan hermoso. Odiaría pensar que le había
causado daño permanente. Presionó un beso contra su piel, justo sobre la herida—.
Te lo dije, la sesión terminó. Si quieres follar a Ama V, ella está fuera de servicio, pero
si quieres follar a Aggie, ella está dispuesta.
Deslizó los brazos alrededor de su cuerpo, amando la sólida sensación de sus duros
pectorales y abdominales marcados bajo sus palmas. Él tenía la línea de vello más
sexy pasando por el centro de su bajo vientre. Ella disfrutaba de la áspera textura
contra las puntas de sus dedos mientras succionaba su lóbulo y el aro de plata que lo
decoraba en su boca. Orejas. Otra debilidad suya.
—Aggie —susurró él.
El sonido de su nombre en sus labios envolvió su corazón y lo apretó. No debía
enredarse con éste. Ya podía decir que estaría triste al verlo irse, ya fuera en treinta
minutos, treinta días o treinta años. Maldición, de todos modos. Ella tenía un punto
débil por los del tipo trágico y silencioso. ¿Y un sumiso desafiante? Santo Dios, ¿cómo
se suponía que resistiera esa combinación? Casi esperaba que él apestara en la cama.
Que fuera un hombre de un minuto que se subiera encima de ella, embistiera dos
veces y acabara con alguna expresión estúpida en el rostro. Le facilitaría el
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descartarlo. Un hombre no le servía. Ningún hombre. Ni siquiera éste, que parecía
hecho a medida según sus especificaciones.
Aggie le soltó el lóbulo y él se volvió, arrastrándose por la cama para enfrentarla.
La acercó a él y la besó, succionándole los labios con tierno abandono. Si follaba la
mitad de bien de lo que besaba, ella estaba terminada. Se aferró a su espalda
arruinada, abriendo la boca para aceptar su lengua exploradora. Él no sondeaba ni
embestía como un torpe animal. Acariciaba sus labios y boca tan tiernamente que
hizo que el corazón de ella se hinchara. Mientras la besaba, sus dedos metódicamente
trabajaban en los broches en la parte trasera de su bustier de cuero. Sin prisa, él liberó
los cierres uno por uno, las puntas de sus dedos rozando cada centímetro de su
columna mientras se movían hacia abajo. Él aflojó la prenda hasta que nada la
mantuvo en su lugar excepto la proximidad de sus cuerpos entrelazados.
Sus dedos encontraron la lisa piel de la espalda de ella. Se hundieron en su carne
mientras él se atraía su cuerpo contra el suyo y luego su contacto se suavizó,
acariciando suavemente, sonsacando un suave suspiro de su garganta. La hizo
ponerse de espaldas, negándole su boca, mientras levantaba la cabeza para mirarla.
—Tu belleza me roba el aliento —murmuró él.
—Tu beso me roba el mío.
Él sonrió y tomó su rostro con ambas manos. Le besó las mejillas, la punta de la
nariz, sus ansiosos labios. Ella separó los muslos para él, y él se acomodó entre ellos.
Una fuerte mano se movió hacia el margen donde el cuero de su bota terminaba y la
carne de su muslo comenzaba. Su boca se movió sobre su mentón hacia su garganta,
donde succionó y besó su sensible carne hasta que ella pensó que podría llorar por el
cuidado que él mostraba.
Él se apoyó en un codo y le apartó el bustier del cuerpo. Lanzó la dura prenda a un
lado, encontró el condón descansando entre sus pechos y sonrió torcidamente.
—¿Qué es esto?
El corazón de ella golpeó. Esa sonrisa suya. Si ya no hubiera estado completamente
seducida por este hombre, eso lo hubiera hecho.
Jace deslizó el condón en la parte superior de su bota de caña alta hasta el muslo.
Los pezones de ella se endurecieron bajo su pesada mirada. Él no tocó ni besó su
carne excitada, sólo la miró como si estuviera en un completo asombro. Ella se sintió
como la mujer más hermosa del mundo en ese momento. Y luego él bajó por su
cuerpo para succionar un pezón dentro de su boca.
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Ella jadeó, sus dedos metiéndose entre su rubio cabello parado. Lo sostuvo contra
su pecho. Su espalda se arqueó y se estremeció de placer. La mano de él se movió
hacia su pecho libre y lo tomó suavemente, acariciando el pezón con el pulgar. Usaba
un ritmo que combinaba con las caricias de su lengua. Ningún tirón incómodo ni
apretones brutales de parte de este tipo. El hombre sabía cómo complacer un seno.
—Jace —murmuró ella—. Jace.
Se retorció, moviendo las caderas de lado a lado, deseando que él llenara su
cuerpo con el suyo. Su vara rozó la parte interna de su muslo y ella soltó una
exclamación.
Oh Dios, Jace. Tómame.
Estaba lista para él. Probablemente lo había estado desde que lo había notado
avanzando a grandes pasos por el club. Él levantó la cabeza, la bendijo con una gentil
sonrisa y luego movió la cabeza para tomar el otro pecho en su boca. Él frotó con
fuerza, y luego pasó la lengua contra el endurecido pezón. Succionó con fuerza una
vez más. Frotó. Succionó. Ella se estremeció debajo de él, el dolor latiente entre sus
muslos insoportable.
—Jace —gritó con desesperación.
Sus manos de deslizaron sobre sus costillas, y él se movió hacia abajo por su
cuerpo, dejando tiernos besos por el centro de su vientre. Le hizo el amor a su
ombligo con la lengua hasta que ella creyó que explotaría. Deslizándose más abajo,
él se desplazó hasta que su rostro estuvo al nivel de su entrepierna. Los muslos de
ella temblaron con anticipación. Él debió oler su sexo y sentir el calor viniendo de ello.
Ella estaba tan caliente. Tan mojada.
Esperando.
Deseando.
—Jace por favor.
—Shh. Aggie. No te apures.
Él bajó la cabeza y le besó la superficie interior de su muslo. Ella jadeó, su coño
apretándose, tan cerca de la liberación que sabía que explotaría el segundo en que él
finalmente la poseyera. Pero no la reclamó. Besó un sendero por el interior de su
muslo. Cuando su boca alcanzó la parte superior de su bota, él sacó el condón y lo
metió dentro de la otra bota. Entonces comenzó el lento viaje hacia abajo por su
pierna. Bajando la cremallera de la mientras bajaba, sus labios y su lengua forjaron un
suave camino de placer desde el muslo hasta el dedo del pie. Cuando terminó, su bota
yacía en algún lugar en el suelo, y ella se aferraba a las sábanas.
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—Jace, me estás volviendo loca.
Él se rio entre dientes. Amó el sonido de su risa. Profundo y rico. Feliz. ¿Podría un
hombre devorado por el dolor sentir felicidad?
Ella levantó la cabeza y lo miró fijamente mientras él se arrastraba hacia arriba por
su cuerpo para trabajar en su otra pierna. Él sonreía para sí cuando sacó el condón de
la bota restante y lo metió en su ropa interior como diciendo, esto es lo que sigue en
mi lista de cosas para complacer con mi boca pecadora. El aliento de ella salió en un
excitado arrebato.
Sí, Jace. Allí. No podía esperar. No podía esperar sentir su lengua contra su clítoris.
Acariciando su labios empapados por los fluidos. Retorciéndose en su coño. ¡Oh! Por
favor, apresúrate.
Él trabajó su camino hacia abajo por la otra pierna, su barba de varios días áspera
contra la parte interior de su muslo. Calmó la irritación con tiernos besos. Ella jadeaba
y se retorcía con excitación mientras él se movía hacia arriba por su cuerpo. Él deslizó
el dedo debajo del elástico de su ropa interior de satén negro. Ella se estremeció.
El condón cayó sobre su cadera y aterrizó en algún lugar en la cama junto a ella. Él
lo tomó entre dos dedos y lo insertó en la boca de ella. Ella luchó contra el impulso
de morderlo, sin querer comprometer su integridad y que se rompiera cuando él
finalmente abriera el paquete, desenrollara el condón sobre su enorme polla y
empujara en ella. Su espalada se arqueó con el pensamiento de él dentro de ella.
Llenándola. Embistiendo en ella. Oh Dios, Jace, te necesito. Dentro de mí.
Inmediatamente.
Él le sacó la ropa interior, sus manos rozando sus muslos, la parte trasera de sus
rodillas, pantorrillas y tobillos. Él lanzó la prenda a un lado y le abrió las piernas. Aire
fresco bañó la carne caliente y dolorida de Aggie. Su aliento se movió contra su piel
mojada. Ella gimió.
Estaba feliz de haberse depilado todo el vello púbico cuando él atrajo un expuesto
e hinchado labio en su boca, chupando hasta que ella creyó que se volvería loca,
deslizando su lengua sobre la resbaladiza superficie interna hasta que sus caderas se
sacudieron. Él succionó hasta llegar a montículo. Su lengua rozó la capa de su piel que
cubría su clítoris y ella lanzó un grito de delirante tormento. Él chupó el otro labio
hinchado, hundió la lengua en el pozo vacío y bien mojado entre ellos por un lapso
demasiado breve y raspó su tierno culo con el mentón duro por la barba. Él hundió la
lengua dentro del fruncido orificio y luego la deslizó hacia arriba para enterrarla
dentro del palpitante coño de ella. La boca de ella se abrió, el condón cayendo de
entre sus labios y por su rostro.
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—¡Jace, Jace! —Ella tomó su cabello, tirando con fuerza hacia arriba.
Él se estremeció y luego la folló con la lengua, empujándola tan profundo como
era posible y retirándola, antes de empujar otra vez. Él deslizó la punta de un dedo en
su culo, quitó la lengua de su coño y lo sustituyó por dos dedos de la misma mano. El
cuerpo de ella se tensó contra su mano cuando él enterró los dedos más
profundamente dentro de ella, más profundamente, moviéndolos dentro de ella,
abriéndola. Y entonces, él chupó su clítoris dentro de su boca.
Ella explotó con ondas de deleite inigualable.
—¡Sí, sí, sí! —gritó cuando él chupó su clítoris, la lengua acariciando la carne
hinchada, los dedos retorciéndose dentro de la vagina que se apretaba y de su culo
lleno de deleite.
Demasiado rápido, él se apartó y se movió sobre su cuerpo hasta que estuvieron
cara a cara. Él lamió los jugos de sus dedos, murmurando sonidos de deleite en la
parte trasera de su garganta.
Él recuperó el condón de cerca del hombro de ella y lo abrió con los dientes. Bajó
la cabeza y la besó, antes de ponerse de lado para colocarse el condón. Era demasiado
pequeño. Él luchó para estirarlo sobre su ancha vara, mordiéndose el por la
concentración; debería haberle traído un Magnum 8 . Ella sólo había estado con otro
tipo que lo necesitaba, pero había sido años atrás. Sabía que no tenía uno a mano.
Él usó la mano para guiarse a sí mismo dentro de su cuerpo, y toda la preocupación
desapareció.
Sus embestidas comenzaron superficiales a medida que mojaba su polla con los
jugos de ella y le permitía acostumbrarse a su glorioso grosor. Cuando finalmente la
poseyó completamente, ella arqueó la espalda para tomarlo aún más profundo. Ah
Dios, nunca se había sentido tan deliciosamente llena en su vida.
—Eres hermosa —murmuró él, rozando sus labios con los suyos—. Tu cuerpo…
es la dicha.
Ella no sabía cómo él se las arreglaba para hacerla sentir tan amada. ¿Amor? Ése no
era un sentimiento que ella normalmente considerara cuando un tipo estaba entre
sus muslos.
Jace se retiró lentamente y empujó hacia adelante otra vez. Él la observaba con
atención. Parecía estar midiendo sus respuestas para determinar qué le gustaba a
ella. Era como si su propio placer no le importara; sólo el de ella. El ritmo de Jace,
implacable y perfecto, tiró de ella cuesta arriba hacia la liberación, en espiral cada vez
8 Magnum: condón de tamaño más grande del habitual.
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más cerca del nirvana. Sus embistes profundos no eran demasiados lentos ni
demasiados rápidos. Sólo perfectos. Y profundos. Oh, tan profundos.
Una vez que él encontró el ritmo de ella, le besó el cuello mientras él le hacía el
amor, rozó su piel con las palmas de las manos, frotó sus pezones entre sus dedos
pulgar e índice y la volvió completamente loca de deseo. Ella nunca había conocido a
un tipo que continuara con el juego previo durante toda la experiencia. Jace trabajaba
cada punto de placer en su cuerpo mientras movía dentro de ella. Yendo tan lejos
como para frotar el dedo gordo del pie contra su empeine cada cierto tiempo,
después de descubrir que la hacía estremecer con inesperado deleite. Ella cerró los
ojos y le permitió tener el completo control. Nunca le había dado su poder a un
hombre tan fácilmente. Siempre luchaba contra esto, pero no con Jace. ¿Por qué? Ella
estaba demasiado delirante para considerar la razón.
Después de mucho tiempo de infligir su placer perfecto, el aliento de Jace se
dificultó, y Aggie abrió los ojos para encontrarlo mordiéndose el labio.
—Esperé demasiado tiempo—jadeó él—. ¿Puedo acabar ahora?
¿Se lo estaba pidiendo?
—Sí, hazlo. —Él más que se había ganado su liberación.
Fue como si algo dentro él se hubiera roto. La embistió como un animal. Envolvió
lo parte trasera de los muslos de ella con los brazos y la dobló a la mitad. La folló duro,
hundiendo su gruesa polla en su cuerpo. Ella gritó, incapaz de distinguir entre el
placer y el dolor, sólo sabiendo solo que amaba esto y que no quería que él se
detuviera. Le gustaba el duro contraste de ser follada después de la manera
considerada y tierna de hacer el amor que él le había mostrado antes.
—¡Sí, Jace! —gritó ella—. Fóllame.
—Lastímame —respondió él.
Ella le clavó las uñas en el pecho. Él gimió.
Ella arrastró las manos hacia abajo, dejando ocho rasguños paralelos en su pecho.
Él se estremeció, la cabeza inclinándose hacia un lado, la boca abriéndose en éxtasis.
—Dios, sí —gruñó él.
Ella le tomó el pezón, torciéndolo brutalmente.
Él bajó la cabeza para besarla. Ella le mordió el labio hasta que saboreó su sangre.
Él no se opuso a su crueldad, pero se puso de rodillas para poder follarla más duro.
Ella gritó, cerca del orgasmo.
47
Su labio ahora libre de su mordedura, él levantó su cabeza y la miró.
—¿Quieres acabar con fuerza?
Bueno, por supuesto que sí. ¿Qué tipo de pregunta era ésa?
—Sí, Jace. Hazme acabar con fuerza.
—No quites tus ojos de los míos.
Él continuó embistiendo en ella, llevándola más cerca del borde. Ella lo miró,
perdida en su intensa mirada. Él la miraba como si buscara el momento exacto para
dejarse ir y unirse a ella en la dicha.
Ella sintió una conexión con él; profundamente personal, mayor que el sexo. Más
de lo había querido experimentar con un tipo al que apenas conocía. Su corazón le
golpeaba con fuerza en el pecho. Por un breve instante, él le permitió verlo. Esa parte
interna de su problemática psiquis que él escondía del mundo. Su respiración se
detuvo, y ella lo sostuvo incluso después de que sus pulmones comenzaran a arder
en señal de protesta.
De improviso, su útero se contrajo. Un espasmo aferró su coño. Olas de liberación
hicieron que su cuerpo tuviera convulsiones, y ella no pudo mantener los ojos
abiertos por más tiempo.
Ah Dios, estaba acabando. Y siguió haciéndolo. Él la embistió con más fuerza.
—Aggie, hazme daño. Necesito…
En el instante en que ella enterró los dedos en su espalda, su cuerpo se estremeció
contra el de ella y se derramó en su interior. Él frotó su rostro contra el hueco del
cuello de ella mientras gritaba. Se aferraron el uno al otro, sus cuerpos se
retorciéndose con mutua felicidad.
Él hizo una pausa y levantó la cabeza. Su voz sonaba distante.
—Respira, nena. Inhala.
¿Respira? ¿A qué se refería?
—¡Aggie! —Él la sacudió por los hombros.
Ella jadeó, glorioso aire llenando sus pulmones, y acabo otra vez. Acabó aún más
fuerte que cuando ese primer orgasmo la había aferrado en ese intenso momento de
conexión personal que no entendía completamente. Aggie lanzó un grito, meciendo
las caderas para trabajar contra su polla que se ablandaba. Su cuerpo entero se
retorció con éxtasis, convirtiéndola en un involuntario espasmo de placer.
48
Eso había sido condenadamente increíble.
Cuando el cuerpo de ella se aquietó, Jace sacó los brazos de la parte trasera de sus
muslos para que ella pudiera estirar las piernas. Le frotó las caderas para aliviar el
dolor y luego tomó su rostro entre las manos para besarla suavemente en los labios.
—¿Estas bien? —susurró. Le frotó la mejilla con la punta de la nariz, sus labios
haciendo cosquillas en la piel cerca del oído—. Creo que olvidaste cómo respirar por
un segundo.
—Estoy más que bien —dijo ella llena de delirio—. ¿Qué fue eso?
—¿Qué? —Le frotó la mandíbula con los labios.
—No puedo explicarlo. No sé si fue lo duro que me estabas follando o la forma en
que me mirabas u otra cosa. Fue…
—¿Excitante?
—¿Excitante? Eso fue condenadamente increíble. Hazlo otra vez, por favor.
Él levantó la cabeza y apartó la vista. Parecía completamente atontado.
—¿No me odias ahora?
—¿Cómo podría odiarte después de esto? Nunca he experimentado nada como
esto en toda mi vida. Fue maravilloso.
—¿Aunque no pude acabar hasta que me lastimaras?
—Si eso es lo que se necesitas para acabar, estoy perfectamente de acuerdo con
ello.
Él sonrió.
—Por lo general, éste es el momento en el que la mujer me llama un bastardo
enfermo, toma su ropa y sale corriendo desnuda de la habitación sin echar una mirada
hacia atrás.
—No estoy corriendo.
La sonrisa de él se amplió, haciendo que el corazón de ella tartamudeara
estúpidamente en su pecho.
—Lo noté. ¿Me azotarás otra vez? Lo recibiré mejor ahora que no estoy tan
sexualmente frustrado.
Ella sonrió.
49
—Lo haría feliz. ¿Me follarás otra vez cuando hayas tenido suficiente dolor?
Él la beso y salió de ella.
—Si todavía soy capaz de moverme.
Se quitó el condón de la polla, echó un vistazo alrededor del cuarto y salió de la
cama para tirarlo en el pequeño cubo de basura cerca de su escritorio. Ella se arrastró
hasta salir de la cama, para nada lista para sacudirse de encima la sensación de
bienestar que todavía recorría su cuerpo.
Suspiró y se estiró para tomar su ropa interior.
—¿Te estas vistiendo? —preguntó él.
—¿No quieres que te azote de nuevo?
—Sí, quiero que tú me azotes; Aggie, no la Ama V. Te quiero desnuda. Quiero el
cuerpo que estoy aprendiendo a complacer expuesto mientras me haces daño.
—No puedo, Jace. No soy capaz de herirte siendo yo misma. Tengo que estar en
el papel de domme.
Él levantó una ceja hacia ella y se pasó las manos por los arañazos en el pecho.
—¿Oh, en serio?
Ella agachó su cabeza. Lo había lastimado. Y algo en eso la excitaba.
—Por lo general, ésta en la parte en la que el hombre me llama una perra loca,
toma su ropa y sale corriendo desnudo de la habitación sin echar una mirada hacia
atrás.
—No estoy corriendo. —Él extendió una mano, y ella cruzó el cuarto para tomarla.
La condujo a través de su hogar, hacia el vestíbulo y hacia la habitación
insonorizada. Un teléfono celular sonaba en la pila de ropa de Jace. Tenía un correo
de voz. Su frente se arrugó.
—¿Quién podría ser? Nunca nadie me llama.
Recuperó su teléfono de la chaqueta de cuero y escuchó el mensaje. Ella observó
su expresión cambiar de confusión a horror. Él se estiró para tomar su ropa y
comenzó a vestirse.
—Lo lamento, pero debo irme.
—¿Sucedió algo malo?
50
—Trey está en el hospital.
—¿Trey?
—El guitarrista rítmico de los Sinners.
—¿Es algo serio?
Él metió un pie con fuerza en la bota.
—Sí, eso parece. Herida en la cabeza. ¿Puedo verte otra vez?
Ella cruzó los brazos sobre sus pechos desnudos.
—Si tienes una cita.
—¿Mañana por la noche? ¿A la misma hora?
—Tengo otro cliente programado para mañana a las diez.
Todo el cuerpo de él se tensó, en la forma en que debía haber respondido cuando
ella lo azotó.
—Oh —murmuró él sin aliento.
—¿Qué te parece a las cinco de la tarde?
Su sonrisa rivalizó en brillo con el resplandor del sol.
—Incluso mejor.
Ella intentó ocultar una sonrisa, pero falló.
—Te anotaré en mi agenda.
51
Traducido por Erudite_Uncured12
Corregido por Curitiba
i la espera no mataba a Jace, la nube oscura de perdición que rodeaba a
Dare Mills bien podría hacerlo. El cabello largo y el cuero lo identificaron
como la infame estrella de rock que era, pero la preocupación que retorcía
su rostro con interés era un fuerte recordatorio de que sólo era un ser
humano y de que estaba hecho una ruina absoluta por la hospitalización de su
hermano pequeño. Eran casi las cinco de la mañana. Trey había salido de una cirugía
exitosa unas horas atrás, pero seguía durmiendo por la anestesia.
―¿Por qué no nos permiten verlo? ―preguntó Dare por vigésima vez―. Sólo
quiero verlo.
―Necesita descansar―dijo Eric―. Eso es todo. ―Produjo un bostezo del tamaño
del de un león y se frotó el rostro con ambas manos.
―No es como si fuera a arrancarlo de la cama del hospital y llevarlo de paseo por
Las Vegas Strip 9 . Sólo quiero verlo. Saber si sigue respirando.
Jace palmeó el reverso de la mano de Dare. Entendía demasiado bien lo que Dare
sentía. No que pudiera expresarlo. Cada vez que abría la boca para decirle a Dare
cómo se había sentido sentarse en la sala de espera de un hospital mientras que la
vida de un ser querido se encontraba en manos de extraños, las paredes blancas
parecían cerrarse sobre él, y una angustia paralizante le robaba el aliento. Ninguna de
sus experiencias con las salas de espera de un hospital había terminado bien. Dare no
necesitaba oír eso, y Jace no quería recordarlo, por lo que sólo le palmeaba el dorso
de la mano cada cierto tiempo, con la esperanza de que de alguna manera se diera
cuenta de que estaba allí para apoyarlo. Le debía su éxito a Dare; todo su sustento.
Ninguno de los chicos sabía cómo Dare lo había ayudado a convertirse en parte de
los Sinners. Había sido Dare quien organizara la audición de Jace con la banda. Dare
quien había convencido a Trey de despedir al bajista original, Jon, por abuso de
drogas. Dare quien había inventado ese engaño sobre que Jace había sido
considerado como un reemplazo para Logan; el bajista de Exodus End. Logan nunca
había considerado renunciar abandonar Exodus End. Había sido una trampa. Dare
9 Las Vegas Strip: extensión de siete kilómetros del Boulevard South en Las Vegas, Nevada.
S
52
afirmó haber intervenido ya que era lo mejor para la banda de su hermano pequeño.
El tipo tenía un fuerte instinto protector cuando se trataba de Trey. Jace se
preguntaba si Trey se daba cuenta de lo mucho que su hermano mayor se preocupaba
por él, y cómo se sentiría tener a alguien que lo amara tanto.
―Estoy a punto de colapsar ―dijo Eric―. ¿Cuándo se supone que vendrá Brian y
nos dé un descanso?
―En un par de horas ―dijo Jace.
―Puedes irte, Eric ―dijo Dare―. Ya has hecho suficiente por él.
Eric sonrió y luego se puso de pie de un salto.
―No voy a acobardarme ahora. ¿Quién necesita café?
―Sí ―dijo Dare distraídamente.
―Yo tomaré una taza ―dijo Jace. Esperaba que Eric torciera sus palabras hasta
convertirlas en una pulla, pero salió de la habitación para encontrar otra dosis de
cafeína. Jace decidió que Eric debía estar completamente agotado si había
renunciado al sarcasmo.
―No hablé con él sobre Brian ―dijo Dare.
Jace miró con curiosidad.
―¿Qué pasa con Brian?
―Debería haber hablado con él. Debería haberlo chequeado para asegurarme de
que estuviera bien.
Otra cosa que Jace comprendía completamente. Un caso de “debería haber”.
Debería haber tomado el autobús a la escuela ese día. Debería haber alejado a Kara.
Nunca debería haber salido por la ventana. Nunca debería haber nacido.
―Debería haberlo convencido de ir antes al médico ―dijo Dare.
―Tratamos de convencerlo de ir al médico, Dare ―dijo Jace.
―Pero él me escucha. ―Dare acarició la ceja con el dedo medio―. A veces.
―Deberíamos haber insistido. Sabíamos que estaba herido ―dijo Jace.
Más “debería haber”.
Eric regresó con tres vasos plástico entre sus largos dedos.
53
―¿De qué están quejándose ustedes dos? ―Le dio una taza de Dare y luego una a
Jace, antes de tomar un sorbo de la suya.
―Deberíamos haber conseguido ayuda para Trey antes ―dijo Dare.
―Bueno, no lo hicimos. Ahora tenemos que lidiar con las consecuencias. No tiene
sentido torturarse por cosas que no puedes cambiar. Tienes que sacar lo mejor de la
situación actual ―dijo Eric.
―La situación actual apesta ―dijo Dare.
Jace palmeó la mano de Dare nuevo. Él comprendía. Todavía se torturaba por
cosas que no podía cambiar años después de ocurridas. No podía imaginar dejar ir esa
culpa jamás.
54
Traducido por Itorres
Corregido por flochi
nos odiosos golpes en la puerta principal de Aggie la despertaron antes del
mediodía. Tomó una almohada y enterró la cabeza debajo de ella. Ésta
amortiguó los persistentes golpes, pero no lo suficiente para permitirle
dormir. Cuando los golpes se intensificaron, ella resopló con fuerza, apartó
las cobijas de una patada, deslizó una bata sobre su cuerpo desnudo y salió hacia la
puerta principal. Su madre estaba de pie en la entrada, mirando nerviosamente por
encima del hombro.
—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Aggie.
Mamá se abrió paso a través de la entrada, cerró la puerta detrás de ella y la trabó.
—Voy a quedarme aquí por un par de días. ¿Tienes café? —Miró la puerta abierta
de la habitación insonorizada donde Aggie trabajaba con sus clientes. Había
permanecido vacía desde que Jace se había ido la noche anterior.
Aggie tomó el codo de Mamá y la condujo a través del vestíbulo conector hacia el
living. Continuó a través de la sala de estar hacia la cocina, la cual estaba separada de
la gran y abierta sala por una barra desayunadora.
—¿Por qué tienes que quedarte aquí? ¿Qué hiciste ahora?
—Algunos hombres me buscan. No es gran cosa… sólo es mejor si no me
encuentran. ¿Te importa si fumo?
Mamá metió la mano en su bolso y sacó un paquete de cigarrillos. Sacó uno de un
golpe y se lo puso entre los labios de color rosa brillante.
—En realidad, sí me importa. Ve a fumar afuera. Pondré el café.
Mamá miró por encima del hombro hacia la puerta cerrada.
—Necesito dejarlo de todos modos. —Regresó el cigarrillo al paquete y fue a
cerrar la puerta reforzada que separaba la sala del vestíbulo. Aggie generalmente la
dejaba abierta, a menos que estuviera esperando un cliente, pero si eso hacía que su
madre paranoica se sintiera mejor, la mantendría cerrada para mayor seguridad.
U
55
Mamá siguió a Aggie hacia a la cocina y se sentó en un taburete de la barra de
desayuno. Bostezando, Aggie comenzó a preparar una cafetera y se apoyó contra la
encimera frente a su madre.
—¿Qué te sucede? —preguntó Mamá—. ¿Follaste o algo?
—¿Eh? —¿Cómo diablos sabría eso su madre?
—Caminas toda patizamba.
—Cállate —dijo Aggie—. Claro que no.
—Si tú lo dices. —Mamá le dio una mirada evaluadora, metió la mano en su bolso
y volvió a sacar el paquete de cigarrillos—. Hombres. Estúpidos. Todos ellos.
Normalmente, Aggie estaría de acuerdo, porque había encontrado uno anoche
que en cierta forma le gustaba. Uno que al parecer la hacía caminar patizamba.
—No todos son malos.
Mamá sacó otro cigarrillo del paquete, lo puso entre sus labios y lo encendió.
—Mierda, encontraste a un hombre, ¿verdad?
Aggie se encogió de hombros.
—En realidad no.
Mamá le dio una profunda pitada a su cigarrillo, el humo rodeando su cabeza a la
vez que flotaba hacia el techo. Aggie realmente deseaba que no fumara en su casa,
pero con esta mujer había tantas batallas, que Aggie tenía que escoger las que estaba
dispuesta a luchar.
—¿En realidad, no? —Mamá levantó las cejas delineadas hacia ella—. ¿Cómo se
llama? ¿Es agradable?
—No hay un hombre, Mamá —dijo Aggie, sacudiendo la cabeza. No estaba
dispuesta a contarle a su madre nada acerca de Jace. Ni siquiera su nombre. No
describiría lo atractivo que lo encontraba o cómo su rara risa le calentaba el corazón.
Y sobre todo no le mencionaría cómo él la satisfacía sexualmente en una forma que
ningún otro hombre lo había hecho jamás. Sabía que si le confiaba siquiera el más
mínimo detalle, su madre señalaría todo lo negativo, hasta que Aggie perdiera de
vista lo maravilloso que él era. Mamá siempre lo hacía.
—Entonces, ¿qué sucede contigo? —preguntó Aggie. Mamá nunca se presentaba
a menos que necesitara algo. Incluso cuando Aggie había sido una niña, su madre
había estado más ausente de su vida que en el presente. La mujer siempre estaba
56
persiguiendo un improbable sueño u otro. Tener un hijo nunca había sido un sueño;
más bien una carga. Era mucho más probable que ella huyera de sus obligaciones
parentales que las llevara a cabo. Aggie se había reconciliado con esa idea años atrás.
La cafetera borboteó mientras se vertía lo último de la preparación dentro de la
jarra. El embriagador aroma del fuerte café perfumó la acogedora cocina. Aggie llenó
dos tazas. Puso varias cucharadas de azúcar en la taza de su madre, tomando su
propio café negro.
Su madre aceptó la taza entre las manos huesudas y tomó un sorbo.
—Tuve una gran idea para finalmente sacarte de ese club de striptease.
Aggie puso los ojos en blanco.
—¿Cuántas veces te lo tengo que decir? Me gusta trabajar allí. No bailo porque
tengo que hacerlo. Bailo porque quiero.
—No seas ridícula, Agatha. —Ella sacudió la cabeza con desdén—. Compré un libro
en Internet.
—¿Un libro? ¿Qué clase de libro?
—Cómo ganar en las tragamonedas. Garantizado.
—No lo hiciste.
—Sí. Y probé el método. —Ella sonrió—. Gané un par de miles.
—Eso es genial. Puedes pagar tus tarjetas de crédito.
Mamá dio otra pitada a su cigarrillo. Sorbió un poco de café. Se tomó su tiempo en
llegar al punto.
—Así que pensé, si puedo comenzar con cincuenta dólares y hacer dos mil,
entonces si comienzo con cincuenta mil, podría hacer dos millones. —Señaló a Aggie
con el cigarrillo y le guiñó un ojo—. Siempre fui buena en matemáticas.
El corazón de Aggie se hundió.
—¿Qué hiciste, Mamá?
—Bueno, ¿qué crees? Saqué un préstamo y fui al casino. Seguía pensando que iba
a funcionar. Seguí el libro al pie de letra.
Oh, mierda.
—¿Cuánto perdiste?
57
Mamá se quedó mirando la punta encendida de su cigarrillo.
—Bueno, después de perder los primeros cincuenta mil dólares…
—¡Cincuenta mil dólares!
—Pedí prestados otros cincuenta y... —Se encogió de hombros, dio la última
pitada a su cigarrillo y, al no encontrar un cenicero disponible, lo aplastó en la
encimera de granito de Aggie.
—¡Perdiste cien mil dólares en los tragamonedas!
—Oh, no, no, no, no, no —dijo Mamá, sacudiendo la cabeza vigorosamente.
Aggie inhaló un gran suspiro de alivio.
—Sólo perdí cincuenta mil en los tragamonedas. Los otros cincuenta los perdí en
la ruleta. —Sonrió tan dulce como el almíbar.
—¿Qué te sucede? —gritó Aggie.
—Quería sacarte de ese club, amor. Eso es todo.
—¡Madre! No te atrevas a tratar de hacer que esto sea mi culpa. —Aggie se frotó
el rostro con ambas manos. Ella tenía unos pocos miles de dólares en el banco y otros
mil en el lavabo en su cuarto de baño principal, pero acababa de remodelar la casa
para su negocio, por lo que sus activos eran mínimos. De ninguna manera podía
conseguir cien mil dólares para pagar el préstamo—. Espera un minuto. —Inmovilizó
a su madre con una dura mirada—. ¿Quién diablos te prestaría dinero a ti? Tú crédito
es una mierda.
Mamá se encogió de hombros, retorciendo su cabello rojo chillón alrededor de un
dedo.
—Oh, unos tipos.
—¿Unos tipos?
Ella frunció sus cejas y los labios.
—Creo que son miembros de la Mafia —susurró y miró por encima del hombro,
como si esperara verlos de pie detrás de ella con palas para cavar.
—¿Qué?
Mamá se estremeció.
—¡No me grite, señorita!
58
Aggie se paseó por el área de la cocina, mordisqueándose la punta del dedo.
—¿Cuándo se supone que tienes que pagarles?
—Pronto.
—¿Cuán pronto?
Mamá hizo una mueca.
—No me gusta tu tono, Agatha. No olvides a quien le estás hablando. Si no fuera
por mí ni siquiera existirías.
—¿Cuán pronto?
—Hace tres semanas. —Sacó otro cigarrillo del paquete y lo encendió.
A Aggie le resultó imposible cerrar la boca. O respirar.
—¿Y me lo dices ahora? —farfulló finalmente.
—Sé lo ocupada que estás. No quería molestarte con mis pequeños problemas.
Y ahora Aggie estaba hiperventilando.
—¡Pequeños! Supongo que también les debes intereses.
—Por supuesto. ¿Quién otorga préstamos sin cobrar intereses? —dijo Mamá y le
dio una profunda pitada al cigarrillo número dos. Quitó la colilla de su boca y miró la
brasa encendida mientras exhalaba lentamente y sacaba humo de ambas fosas
nasales.
—¿Cuánto?
—El veinte por ciento.
—¿Anual?
Mamá se echó a reír, una nube de humo saliendo en erupción de su boca. Levantó
su mirada azul hacia Aggie.
—Ellos no hacen préstamos anuales, amor. Realmente pensé que sería una gran
jugadora en este momento, sin ningún problema para devolver todo y para
asentarnos de por vida… en otro lugar que no fuera Vegas. Estoy cansada de Vegas.
¿Tú no? —Se encogió de hombros y dio otra pitada a su cigarrillo—. ¿Qué piensas de
Tahití?
—Te van a matar, mujer estúpida.
59
—¿Cómo van recuperar su dinero de un cadáver? Ya se me ocurrirá algo. Siempre
lo hago. Pero hasta entonces, no quiero que sepan dónde estoy, así que estoy de
visita por un tiempo. ¿De acuerdo?
No, no estaba bien pero, ¿qué podía hacer? Ésta era su madre; su ridícula, estúpida
y exasperante madre. Si no la amara tanto, la estrangularía.
Y luego estaba el pequeño problema de que Jace vendría esa noche. ¿Cómo iba a
ocultarlo Aggie de esta mujer entrometida? La última persona en la tierra que quería
presentarle era su madre.
60
Traducido por Azuloni.
Corregido por flochi
ace tocó el timbre de Aggie precisamente a las cinco. Metió su sentimiento
de culpa en el fondo de su mente. Debería estar visitando a Trey en el
hospital, no buscando sexo caliente y alucinante con la mujer más deseable
del planeta. Trey había despertado unas horas atrás, pero aún no había
regresado a la normalidad. Había perdido mucha de la movilidad en ambas manos.
Jace no estaba seguro de cómo lidiar con eso. Sólo necesitaba sacarse a Aggie del
sistema una vez más, y estaría bien. Con su ayuda, él podía concentrarse en algo más
que el dolor en su alma que ya crecía de nuevo. El dolor a juego en su ingle era sólo
un problema menor.
La pelirroja mujer de mediana edad que abrió la puerta lo miró con recelo de arriba
abajo.
—¿Qué quieres conmigo? —gruñó ella. Sus ojos eran del mismo azul cerúleo que
Aggie, pero su aspecto rudo no era de Aggie.
—Uh... —Fuera de su elemento, Jace había perdido la lengua.
—No lo tengo todavía, Maynard. Mantén tu polla en tus pantalones.
Ella le cerró la puerta en la cara.
Jace se rascó la cabeza. Revisó el número de la casa para asegurarse de que fuera
la casa de Aggie.
¿Quién?
¿Qué?
La puerta se abrió de nuevo. La preciosa Aggie apareció vestida con su traje de
cuero de dominatrix. El diseño del bordado en el corsé era diferente. Ayer por la
noche habían sido rosas rojas. Hoy tenía colibríes verde menta.
Aggie puso los ojos en blanco hacia Jace.
J
61
—Lo siento por eso. Mi madre está de visita. Inesperadamente. Contra mi
voluntad. Y mi mejor juicio.
Esa media erección que había estado luciendo la mayor parte del día se marchitó.
—¿Tu madre?
—No eres más que un cliente. —Ella le dio una severa mirada.
Sólo un cliente. Así que la increíble intimidad que habían compartido la noche
anterior, esa conexión que él nunca había experimentado con nadie, ¿no había
significado nada para ella? ¿Por qué ese pensamiento cortaba su corazón? No era
como si le importase una mierda. No era así. A él no le importa una mierda nada
excepto su música. Era la única cosa en su vida que nunca lo había defraudado.
Aggie le tomó la mano y lo condujo hacia la habitación insonorizada donde lo había
azotado de forma tan espectacular la noche anterior. Y sacado sangre. Él se
estremeció ante el recuerdo.
—¿Lo conoces? —La madre de Aggie estaba en el vestíbulo con los brazos
cruzados sobre el pecho, mirando a su hija con desaprobación.
—Te dije que tenía una cita a las cinco. Vuelve a la casa.
—No me fío de él, Agatha. Luce sospechoso. Como un miembro de la Mafia.
¿Mafia? Probablemente era la chaqueta de cuero. Jace se apresuró a la habitación
donde Aggie servía a sus clientes.
—No es de la Mafia. Vete, Madre. —Aggie cerró la puerta del santuario detrás de
ella y echó el cerrojo. Se volvió hacia Jace—. Lo siento por eso. Ella tiene... problemas.
—Agitó una mano.
Jace se encogió de hombros y miró al suelo. Quería irse. No podía hacer esto con
su madre en la casa, especialmente no después de que la mujer le hubiese dicho que
mantuviese su polla en sus pantalones. La única razón por la que estaba aquí era para
poner su polla en su hija. En repetidas ocasiones y excesivamente.
—Debería irme —dijo en voz baja.
Aggie se movió para colocarse directamente frente a él. Sus grandes y suculentos
pechos entraron en su línea de visión. Él se lamió los labios. Su polla se agitó en sus
pantalones. Esta mujer era positivamente deliciosa y alejaba todos los pensamientos
de su cabeza. Ella tomó su rostro con ambas manos y llevó su mirada hacia la de ella.
—¿Qué sucede?
62
—Trey...
—¿El guitarrista en el hospital?
Él asintió.
—Debería ir a visitarlo.
—¿Cómo está?
—Pasó la cirugía, y ahora está despierto. Debería estar con él.
—¿Entonces él está bien?
Jace sacudió la cabeza ligeramente.
—No puede mover bien los dedos, o algo así.
—Puedes ir a verlo más tarde. Probablemente esté descansando.
—Sí. —Jace bajó los ojos a sus labios carnosos y de color rojo rubí—. Descansando.
—Se quedó mirando sus labios, hipnotizado por su sensualidad—. ¿Puedo besarte?
—Sus manos se movieron para descansar en la curva de sus caderas. Él la acercó más.
—¿Te quedarás un rato?
Él asintió. Incluso si hoy era sólo su cliente, todavía quería estar con ella.
—Entonces, sí. Bésame, Jace. —Ella dijo su nombre como una suave caricia. Hizo
que le doliera el corazón.
No finjas que te importa. Simplemente no lo hagas.
Él rozó sus labios con los propios. Sus labios eran suaves. Tiernos. La besó de
nuevo. Más profundamente. Se apartó y la miró a los ojos.
—Pensé mucho en ti hoy —murmuró ella, limpiándole la esquina de la boca con el
pulgar. Probablemente ahora llevaba la mitad de su lápiz de labios.
Él sonrió. Se sentía natural sonreír cuando estaba con ella. Nunca se había sentido
de esa manera con nadie. Siempre se sentía en guardia, pero no con ella. Con ella se
sentía… ¿seguro? ¿Cómodo? ¿Entendido? Algo.
—¿Oh, sí?
Ella asintió.
—¿Pensaste en mí?
—Constantemente.
63
Ella tiró de su camisa por la cabeza y se inclinó para presionar sus labios contra su
clavícula.
—Tengo miedo de mirar tu espalda. ¿Estás dolorido? —Sus dedos se arrastraron
suavemente sobre su piel.
Le había costado arrastrarse fuera de la cama esa tarde, pero ahora estaba listo
para más.
—No realmente. No vas a tomártelo con calma conmigo, ¿verdad?
—Lo que tú quieras, cariño. Harás lo mismo por mí, ¿verdad?
Ella no le pediría que la golpease, ¿verdad? Él no sería capaz.
—¿Qué tenías en mente? —preguntó él.
—Cualquier cosa que quieras hacerme… Confío en ti.
El corazón de Jace tropezó en un latido. ¿Ella le daría libertad para hacer lo que él
quisiera con ella? Necesitaba llevarla al bus de gira. Su maleta de implementos para
inducir el placer estaba en un armario ahí. Él había estado coleccionando cosas para
infligir placer en una amante que se lo mereciese durante años. Y cada mujer que
había intentado iniciar lo había decepcionado al final.
Aggie le bajó la cremallera de los jeans. Se puso en cuclillas mientras le bajaba los
pantalones por los muslos. Colocó un tierno beso en la cabeza de su polla. Ésta se
retorció, hinchándose rápidamente, haciéndose más gruesa, larga y dura. Queriendo
estar enterrado en su voluptuoso cuerpo, en su resbaladiza calidez, donde
pertenecía.
Aggie vagabundeó hacia su mesa y seleccionó una paleta. Se volvió para mirarlo e
hizo una mueca cuando su mirada cayó sobre su espalda.
—Estás realmente magullado —murmuró. Se movió para pararse detrás de él y
trazó las gruesas bandas de heridas a lo largo de su espalda superior—. El bastón.
¿Por qué no me dijiste que te estaba haciendo tanto daño? Me habría detenido.
—No quería que te detuvieses. Lo necesitaba.
—No volveré a golpearte con el bastón —dijo ella—. Tendrás que conformarte
con una buena paleta esta noche. —Le besó el hombro y rodeó su cuerpo para
enfrentarlo. Le acarició las nalgas desnudas y luego lo golpeó en el cachete carnoso
con la paleta.
Chasqueó contra su tierna carne. Un dolor punzante atravesó su trasero,
estableciéndose como placer en la base de su pene. Ese otro dolor, el dolor de su
64
corazón, de su alma, cedió ligeramente. La única vez que lo abandonaba era cuando
estaba distraído por el dolor físico. Lo físico siempre dolía mucho menos que lo
emocional. Se convertía en un indulto. Aggie lo golpeó otra vez. Los dedos de sus pies
se encresparon en sus botas. Una vez más. Sus pezones se tensaron.
Ah Dios, Aggie. Hazme daño.
Llévate el dolor. Hazme daño.
Observando su rostro, ella lo golpeó de nuevo y luego lo besó profundamente, su
lengua uniéndose a la suya. Él no solía experimentar una mezcla de dolor y placer. En
el pasado, él había hecho todo lo posible para mantener ambos separados. Pero
incluso la noche anterior, Aggie le había dado lo que necesitaba y no lo había juzgado
por ello. El entusiasmo de Jace aumentó rápidamente. La envolvió con los brazos,
tirando de ella contra él y profundizando su beso.
Él gimió en su boca cuando ella lo golpeó de nuevo. Mierda, estaba duro. La quería
No, más que eso. La necesitaba.
Como necesitaba el aire.
Ella volvió la cabeza, rompiendo el beso, y le pegó de nuevo.
—¿Te gusta eso?
Él no podía formar un pensamiento coherente.
—¿Eh?
—¿Un toque de placer con el dolor?
—Sí.
Ella se deslizó hacia abajo por su cuerpo, acomodándose en sus rodillas a sus pies.
Le lamió la cabeza de la polla. Él se estremeció, placer ondulando a través de su carne.
Ella metió su polla en su boca caliente y chupó suavemente. Cuando le golpeó el culo
de nuevo, él gritó. Ella lo chupó con más fuerza, moviendo rápidamente la cabeza
para frotar sus labios carnosos encima del borde sensible. Ella se detenía con
frecuencia para golpearlo, antes de volver a darle placer con la boca.
El dulce dolor se mezcló con el agonizante placer hasta que él no pudo soportarlo
más. Retorció los dedos en su espesa y sedosa cabellera negra y mantuvo su cabeza
inmóvil.
—Aggie —susurró—. No. No puedo. Demasiado.
65
Ella metió la mano entre sus piernas, tomando sus bolas. Apretó. El estómago de
él se revolvió mientras el dolor lo dejaba sin aliento. Ella aflojó su asidero y, mientras
Jace respiraba a través del dolor, ella lo chupó profundamente en la parte posterior
de su boca y trabajó los músculos de su garganta y lengua alrededor de su polla. Él se
obligó a alejar las manos del cabello de ella, sabiendo que tiraría y la heriría si se
excitaba demasiado. Y ella lo estaba excitando demasiado rápidamente.
Él bajó la vista hacia ella, sumisa a sus pies, su polla en su garganta.
—Oh, mierda —jadeó, su aliento atascado. Desvió la mirada hacia el espejo al otro
lado de la habitación. El cabello largo de ella hasta la cintura se balanceaba contra su
espalda mientras se apartaba, lo chupaba profundo y se retiraba de nuevo.
Dejando la paleta en el suelo, ella liberó su polla de su boca. Metió la mano en su
ajustado bustier de cuero y sacó un condón. Después de rasgar el paquete con los
dientes, lo desenrolló sobre su polla. No era uno de esos pequeños que se había visto
obligado a utilizar la noche anterior.
Él le sonrió.
—Gracias por tener en cuenta mi comodidad esta vez.
—Fui a comprar unos condones más grandes sólo para ti, grandote. —Le dio una
palmada en el culo con la mano desnuda.
Él rio entre dientes.
—Creo que debes saber que el baterista de mi banda me llama hombrecito.
—¿Hombrecito? —Ella miró a su polla con aprecio—. Difícilmente. ¿Cómo lo llamas
tú? ¿Ciego?
Jace no quería hablar de Eric. Quería darle buen uso al condón. Tiró de sus botas y
pateó los jeans a un lado. Miró a su alrededor.
—No hay una cama aquí.
—No, pero hay una mesa.
Él la tomó por la cintura y la llevó al otro lado de la habitación. Después de que él
le quitase la ropa interior, ella se sentó en el borde de la mesa. Él se puso en cuclillas
entre sus piernas y chupó su clítoris hasta que ella estuvo completamente mojada. Su
olor lo llevaba a la locura. Inhaló profundamente por la nariz mientras lamía su dulce
néctar, su lengua bailando sobre la carne resbaladiza. Sus excitadas respiraciones,
elevándose en la parte posterior de la garganta, le alertaron de su orgasmo
inminente. Se puso de pie y con cuidado insertó su polla en su cuerpo. La espalda de
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ella se arqueó, y sacó las caderas de la mesa para conducirlo más profundo,
sosteniendo la mayor parte de su peso con los brazos. Su calor lo envolvió. Él gimió,
apoyándose con los pies bien separados para sostenerla en su miembro palpitante.
Ella se movió de nuevo al borde de la mesa, y él se lanzó hacia delante para llenarla
de nuevo.
—Jace —susurró ella sin aliento.
Él la penetró lentamente y observó sus reacciones mientras incrementaba de
forma metódica su ritmo. Cuando encontró su ritmo perfecto, evidente por cómo ella
se retorcía y maullaba, él lo mantuvo sin descanso, con la misma cadencia constante
que utilizaba en su música.
Ella se estiró detrás de ella y tomó un látigo fuera de la mesa. Le golpeó
ligeramente en el pecho. Cada uno de la docena de delgados hilos liberó deliciosos
aguijones en su carne. Su respiración se detuvo. Se metió dentro de ella más duro.
Ella igualó sus estocadas con latigazos; acompañando tanto su ritmo y como su
intensidad. Cuanto más duro la follaba, más duro lo golpeaba. Embistió más y más
duro. Se dejó llevar por la excitación, perdiendo todo el control consciente de sus
movimientos, dándole a su deseo de dolor pleno control sobre su consecución de
placer. ¿Cómo sabía ella exactamente lo que él necesitaba? Rápidamente, su
necesidad de liberarse lo llevó hasta el punto de ruptura. Sus bolas dolían con
pesadez.
Obligó a sus ojos a abrirse para mirarla. ¿Ya estaba cerca del orgasmo? Todo su
cuerpo se estremecía con cada embestida, sus hermosas tetas balanceándose cada
vez que sus cuerpos se unían. El pecho de él estaba en carne viva y rojo por los
latigazos de su perfecta represalia. La boca de ella se abrió de asombro mientras la
observaba. Ella estaba más cerca de lo que él se había dado cuenta.
—Mírame —exigió él.
Ella abrió los ojos, y sus miradas se encontraron. Deslizó un dedo por su abertura,
frotando su clítoris y enviándola volando sobre el borde.
—¡Jace! —gritó.
Mientras su coño se apretaba alrededor de su polla con el orgasmo, él se dejó ir.
Su cuerpo se tensó, bombeando su semilla dentro de ella con chorro tras glorioso
chorro, mientras el cuerpo de ella se estremecía incontrolablemente. Él sostuvo su
mirada todo el tiempo, sabiendo cuán emocionalmente vulnerable eso lo volvía, pero
con ella, le parecía bien.
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Agotado, se desplomó contra su cuerpo tembloroso. Ella lo envolvió con los
brazos y sacudió sus caderas hacia atrás y hacia adelante, sin dejar de encontrar
placer en su miembro.
—Oh Dios, Jace —murmuró—. Nunca tendré suficiente de ti.
Él nunca tendría suficiente de ella tampoco, lo que era un problema en lo que a él
se refería. Enredó las manos en su cabello largo y sedoso, sabiendo que ella se
merecía mucho más placer del que él le había dado. Con ella azotándolo así, él había
estado demasiado excitado para tratarla con el cuidado y la atención adecuados. Lo
que tenía en mente para la próxima vez podría compensar eso, esperaba.
—¿Quieres ir a un sitio conmigo? —preguntó, inclinándose sobre ella para besarle
el hombro.
—Sí, está bien —dijo ella—. ¿Dónde vamos?
Él se elevó sobre ella apoyándose en sus brazos y miró su rostro sonrojado. Ella
hizo un mohín al ver el desastre que había hecho de su pecho. Su suave toque era
intoxicante mientras trazaba los verdugones entrecruzados en su piel, trayendo
recuerdos del dolor al frente de su mente otra vez.
—El bus de gira. Quiero enseñarte la verdadera felicidad.
—¿La verdadera felicidad? ¿No es eso lo que acabamos de vivir?
Él rio entre dientes.
—Cariño, eso fue sólo el precalentamiento.
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